El discurso del poder establecido se basa en la ecuación capitalismo=democracia. Una falsedad y una eficaz trampa pues todo ataque a un sistema basado en la explotación general y el privilegio de una minoría (el capitalismo) se presenta como ataque contra un valor aceptado por la inmensa mayoría (la democracia).
Pero usar la democracia para justificar los abusos del capitalismo es un boomerang contra la misma democracia, que aparece a los ojos de muchos como causa de las injusticias. Hace falta reescribir "El Capital", analizar el capitalismo del siglo XXI tan distinto del XIX. Se necesita una cabeza como la de Marx y una mirada global sobre el mundo. El éxito de quienes ejercen el poder global es haber logrado que, precisamente cuando todo se mundializa, se imponga la idea del pensamiento fragmentario: nada mejor para impedir que los demás comprendan la estructura de su poder y puedan poner en riesgo sus intereses.
Se dice, con razón, que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Todo poder corrompe, luego su vigilancia forma parte esencial de la lucha por una sociedad justa. Todo poder, no sólo el sangriento y tiránico. También el que consideramos legítimo. La democracia tiene sus formas de corrupción y la peor, pues atenta a su esencia, es la corrupción electoral.
El poder soberano reside en el pueblo, luego su expresión y traducción institucional puede dar lugar a corrupciones. A sistemas que distribuyen escaños discriminatoriamente. A la aprobación de leyes infames, disfrazadas de virtuosas, como la que en Francia castiga con cárcel a quienes nieguen la existencia del genocidio armenio, como si la Historia no fuera por definición espacio de discrepancia. El presidente Sarkozy se corrompe y corrompe a la democracia francesa por el puñado de votos armenios que necesita ahora que lleva las de perder.
La historia de la Humanidad es también la historia de la Violencia. Cada cual lleva dentro su propio sótano en el que ruge la fiera que nos habita, todos lo sabemos. Algunos se vuelven sus esclavos. La mayoría se asegura de que esa puerta no se abra. Los menos tienen el don de amaestrarla: los llamamos escritores o artistas.
¿Pero acaso no sucumben también los domadores a sus fieras? Por eso apasiona el ensayo Escritores delincuentes donde José Ovejero narra las vidas de autores dominados por el monstruo, también las de quienes tras cabalgar a su lomo lograron devolverlo a las mazmorras. Son más de lo que uno imagina. Homicidas como María Luisa Bombal, Bourroughs, Thomas Malory o Anne Perry, estafadores como Karl May, ladrones como Jean Genet. Un viaje sin excusas al lado oscuro de la creación: la irónica relación entre mal y literatura, que logra el milagro de transformar esas miserias en vía de conocimiento y de belleza.
Se sabía que la crisis económica no ha sido un “accidente” sino el resultado de la estrategia de quienes por lucrarse durante años han conducido al mundo al caos. Las grabaciones del consejo de la Reserva Federal de EE.UU., en 2006, han revelado que esos directivos auspiciadores de la burbuja económica interrumpían con carcajadas hasta en 47 ocasiones cada reunión.
Cuando un año después la crisis pinchó la burbuja, algunos paladines de la desregulación de la banca y de la especulación inmobiliaria se retiraron con gesto adusto y los bolsillos llenos. Pero otros fueron promovidos a nuevas responsabilidades, como si nada hubiera pasado. Obama se ha rodeado de economistas provenientes de Golman Sachs, uno de los bancos responsables de la crisis. Y el actual ministro de economía de España fue ejecutivo de Lehman Brothers. Qué pena que no haya actas de sus reuniones privadas hoy, porque deben estar partiéndose de risa.
La Crisis se manifiesta de mil maneras en la economía, las relaciones internacionales o la vida privada. De la violencia que desgarra México, Venezuela o Guatemala, a los marines estadounidenses que orinan sobre los cadáveres de sus enemigos. De los universitarios que se queman a lo bonzo en Marruecos, a los pacientes que mueren por los recortes en sanidad en España. Del paro que crece, a la indignación de las protestas.
Son hechos muy diferentes, pero tienen un denominador común: la injusticia. Es la injusticia de las desigualdades escandalosas, de las limitaciones a la libertad de expresión, de la explotación del capital, de la opresión sobre los débiles, de la discriminación social, económica, religiosa, política, étnica o sexual. Contradiciendo al célebre grito de Bill Clinton, ahora que sólo se buscan recetas “técnicas” para salir de la crisis, hay que decir: ¡no es la economía, es la injusticia, estúpido!
La adversidad suele poner a prueba el temple de las personas. Cuando implica muerte y dolor puede arrancar expresiones extremas de violencia, odio o desesperación, y adquiere una dimensión trágica. Pero cuando es banal, cuando tan sólo implica el incumplimiento de un deseo o una aspiración, la frustración ante la adversidad puede hacer emerger la ridícula actitud del impotente.
Es el caso de la reacción de algunos deportistas ante la derrota. El último ejemplo: la pataleta (con patada y pisotones incluidos) de algunos jugadores del Real Madrid al perder con el Barça. Aunque es el entrenador Mourinho quien lleva esa actitud al extremo. Sus desplantes, quejas y acusaciones recurrentes sólo prueban su impotencia para derrotar al adversario. También la llorosa condición de su vanidad herida. Como esos escritores que siempre buscan culpables de que no se les haya invitado a tal festival o incluido en tal antología.
Se está tan habituado a tener que criticar acciones e ideas disparatadas, cuando no francamente dañinas, que resulta un placer tener que comentar una buena idea. El gobierno de Rajoy ha ofrecido a Mario Vargas Llosa la presidencia del Instituto Cervantes y hay que reconocer que difícilmente podría hallarse una persona más adecuada para ese cargo.
No es sólo el prestigio del Nobel y la visibilidad internacional de una lengua española representada por un autor universal. Es sobre todo la actitud que Vargas Llosa tiene ante la lengua y literatura en español. Si su posición ideológica está muy connotada, no hay rastro de sectarismo en su actitud ante la literatura, siempre generosa y abierta. ¿Una prueba? Aquel inolvidable artículo sobre la obra de William Ospina, en el que, tras señalar sus discrepancias políticas con el gran poeta colombiano, Varga Llosa rendía un entusiasta homenaje a su literatura. Ojalá acepte.
Hoy se cumple un año de la muerte de un hombre bueno: Mitxel Vega. Las reglas del mundo dicen que si no fue famoso ni fue gobernante ni fundó religiones ni escribió libros ni inventó máquinas ni hizo fortuna, su recuerdo debe quedar reducido al círculo de quienes le conocieron. Una memoria doméstica y privada. Pero no es cierto.
Él supo hacer suyas varias tierras, con afecto. Rezó a su dios e inspiró libros. Convirtió su oficio de cocinero en un taller de prodigios y repartió placer y alegría también a quienes estaban fuera de su círculo. Fue rico en amigos y generoso como nunca lo será ningún banquero. Su memoria no puede ser sólo privada y doméstica. Ninguna memoria es así. Vivimos rodeados de personas que nos ayudan en este viaje de paso por el mundo y que, aún después de muertos, siguen haciendo que nos sintamos menos solos porque los llevamos dentro, y nos inspiran. Compartir su recuerdo es una manera de decir quiénes somos.
De madrugada. Al final del pasillo vemos una sombra, la silueta de un extraño que nos corta el paso. Parece estar al acecho. Avanzamos lentamente y el miedo se apodera de nosotros cuando vemos que él también camina, amenazadoramente, a nuestro encuentro. Nos detenemos. ¿Por qué está ahí?, gritamos, ¿qué pretende? ¿Qué hace en nuestra casa? Silencio. Podríamos retroceder, pero no somos nosotros quienes tienen que irse y, de golpe, el miedo deja paso a una ola de ira.
Sentimos que estamos abocados a la lucha, que debemos librarnos del extraño antes de que ejecute sus oscuros propósitos. Aceleramos el paso, vamos hacia él, que no se arredra y corre a nuestro encuentro. Cada vez está más cerca. Sus perfiles emergen de las sombras y en el último momento nos detenemos, y nos brota una risa de alivio y nervios. Somos nosotros mismos que reímos, estúpidos y pálidos, ante el espejo. Definitivamente, necesitamos tener más luces.
En una sociedad de la imagen, la narrativa cinematográfica juega un papel central. Las guerras, por ejemplo, se muestran como superproducciones en las que se usa la técnica de la elusión: sólo se narran los momentos que el narrador elige. Y eso deja fuera de foco lo que no se quiere ver. Lógicamente, también las actitudes de las personas públicas se miden como si fueran personajes de cine.
La mayoría de los guiones del cine de masas son de un esquematismo infantil, si hasta se habla de buenos y malos de película. Tal vez eso explique la credulidad general. Si Rajoy y Sarkozy, por ejemplo, critican el papel de los Mercados, sus palabras se dan por buenas aunque las medidas que toman las contradigan. Decir una cosa, hacer otra. La mentira es esencial en el discurso del poder y la razón es simple: mentir es un pecado menor comparado con ordenar bombardear ciudades o aprobar recortes que hundirán las vidas de millones de personas.