De pecado capital a virtud cardinal, ese es el milagro posmoderno de la codicia. Ahora muy sesudos políticos y economistas explican cómo la codicia y el egoísmo son factores positivos de la Historia, agentes dinámicos, la sal del guiso de la sociedad. Del capitalismo de Estado chino a la entrada en bolsa de Faceebok, los vientos soplan a favor de los codiciosos.
Esa furia enriquecedora lleva, por ejemplo, a presentar como pérdidas las ganancias que son menores a las del año precedente, pero que son ganancias; a desregular mercados financieros y a colocar en la bolsa el dinero público de las naciones; a exigir e imponer sacrificios a los trabajadores y otorgar beneficio a los empresarios, porque la codicia empresarial se ve como necesaria y el trabajador sólo cuenta como consumidor. Que todo eso tenga un precio social terrible es secundario. Si la codicia es el motor de la Historia, el sufrimiento social es su gasolina.
Se dice que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Lo mismo se puede decir de la Justicia. Falta por saber si Dios y la Justicia existen, pero es seguro que su escritura está llena de paradojas. La última paradoja de la Justicia son los testimonios de víctimas del franquismo en el juicio al juez Garzón.
La acusación contra Garzón y la apertura de juicio contra él pretenden impedir la exigencia de responsabilidades por los crímenes del franquismo, so pretexto de la ley de amnistía. Una manera de acallar la memoria. Sin embargo, en la sala del tribunal se escuchan las voces de quienes vivieron las torturas, desapariciones y ejecuciones de la dictadura. Memoria viva de ciudadanos cuyo dolor nunca fue atendido hasta que el juez decidió investigar el genocidio. Al menos, el tribunal permite eso y con ello Garzón rinde un último servicio, incluso en la derrota. A sus perseguidores les está saliendo el tiro por la culata.
La acción más progresista de Alberto Ruiz Gallardón, según él, va a consistir en modificar la ley del aborto, obligando a las menores, que sí tienen derecho a tener hijos, a pedir autorización a sus padres para abortar y acabando con el modelo de plazos. O sea, vuelta a la ley anterior. Muchos le critican por esa declaración, pero quizás sea sincero, probablemente eso sea lo más progresista que ha hecho. Así que imagínense el resto de sus acciones.
La esperanza liberal del PP ha saltado por fin al ruedo, tras años de especulación sobre el benéfico efecto que su entrada en el gobierno tendría para la ultramontana derecha española, y he aquí su obra magna, su top de modernidad: regresar a una ley que obliga a las mujeres a declararse perturbadas mentales para poder abortar. Lo de España con su derecha no es un accidente político, es una tragedia histórica. ¿Por qué nos habrán tocado los más intolerantes entre los intolerantes?
El nuevo premio Biblioteca Breve, Javier Calvo, explica que su novela “El jardín colgante” se sitúa en 1977, en los días de la Transición política, con una perspectiva que aúna relato policiaco y ciencia-ficción. Lo cierto es que, oído así en la distancia, el sonido de los ecos de aquellos días en el presente no parece estar tan alejado de esa singular perspectiva.
Franquistas encantados de serlo, antifranquistas sentados en el banquillo, terroristas que pretenden controlar el ciclo político con sus promesas de abandonar la violencia. Antiterroristas intransigentes de derechas que, tras acusar a los socialistas poco menos que de violar a la patria por hablar con ETA, dicen ahora que sabrán “ser generosos” con los presos de ETA. Un ex responsable de Lehman Brothers a cargo del ministerio de Economía (eso sí que parece ciencia-ficción). La España democrática se hunde en el delirio. Va ser verdad lo que Calvo cuenta.
Nuevo capítulo en la cruzada judicial contra el juez Garzón: el juicio por la investigación de los crímenes del franquismo. Mientras miles de desaparecidos, víctimas del genocidio cometido por la dictadura en sus primeros años, permanecen en el olvido de sus fosas secretas, el juez que ha intentado reparar el daño a la víctimas es juzgado, acusado por Manos Limpias, una sucia organización fascistoide.
El precio de la Transición política fue dejar en el olvido a las víctimas de la dictadura. Se quería aplacar así a la extrema derecha. Grave error. Ahora los herederos del franquismo pretenden escarmentar a quien se atreva a exigir responsabilidades por sus crímenes. El juicio a Garzón es la prueba de que, bajo la herida histórica supuestamente cicatrizada por la Transición política, hay una bola de pus que puede infectar a la democracia. Abrir y limpiar es lo que haría cualquier persona sensata. Por eso le persiguen.
Anoche. Librería Barata, en Lisboa. Un debate sobre la crisis organizado por Attac con los economistas Jose Reis y Ana Narciso Costa. Medio centenar de personas que escuchan, preguntan, opinan. Uno de los muchos puntos perdidos en la enormidad del continente en los que se teje la red neuronal de la Europa que piensa y por eso se rebela.
Desde el poder, cada vez se oyen más voces que aprovechan la crisis para reclamar cambios y federalismo europeo. Voces de desgüazadores de derechos sociales y acumuladores de poder. Transferir hoy poder de las naciones, como se pretende en Grecia, a la Comisión Europea, cuyos miembros no son electos y que cuenta con escasos mecanismos de control, es un suicidio democrático. Los sacrificios sólo son aceptables a cambio de un nuevo contrato social: más democracia, más participación. Oyendo discutir a los ciudadanos, hay en ellos más compromiso y lucidez que en sus actuales gobernantes.
Después de tres años, todavía persisten los malentendidos con la Crisis. El poder la presenta como una anomalía en el sistema que hay que reparar. En la izquierda no falta quien crea que es el anuncio del fin del capitalismo. Ni una cosa ni otra. Ni una falla ni un daño al sistema, porque las crisis económicas son parte esencial del capitalismo. Son su mecanismo de auto-regeneración.
La destrucción permite la reconstrucción. Dos negocios de oro. Los capitales van a sectores más rentables. Y una vez exprimida la sociedad, en nombre del sacrificio de todos, el capital corre alegre a la noble tarea de levantar lo derribado. El capitalismo crece y se fortalece en las crisis, como las bacterias en las heridas. Es el pueblo quien padece la fiebre. El miedo paraliza y la desesperación general dificulta la respuesta social. Por eso Trotsky decía sabiamente que “la revolución de los hambrientos termina en la primera panadería”.
Lo sucedido ahora en España es historia que bien puede aplicarse a otros países. Después de años de una oposición de derechas que boicoteó todo lo que pudo, el gobierno socialista en sus postrimerías acordó con el Partido Popular un cambio constitucional para limitar el déficit público. El sueño neoliberal hecho realidad.
Fue una reforma sin referéndum, que el PSOE justificó diciendo que no consagraba el déficit cero sino un razonable límite al gasto público. Ayer, el derechista nuevo presidente Rajoy rompió el pacto con el PSOE y anunció el objetivo del déficit cero, que ahora puede imponer gracias a aquella reforma. La derecha, cuando gobierna, sí que aplica su política, no la del adversario. ¿Aprenderán los socialistas españoles la lección? Es dudoso, pero si lo hacen será sobre espalda ajena: la de los ciudadanos de España que son quienes van a pagar las consecuencias de que el PSOE sea el tonto útil de la derecha.
Hace dos días, el 26 de enero, se cumplieron 35 años de la matanza de Atocha, en Madrid. Un grupo de abogados laboralistas del entonces clandestino sindicato Comisiones Obreras, la mayoría militantes también del no menos clandestino partido comunista de España, fue tiroteado por pistoleros de extrema derecha. Era el año 1977, todavía no había democracia.
El entierro de los abogados, al que acudieron decenas de miles de personas, fue una prueba de fuerza del PCE y la demostración del compromiso de los comunistas españoles con la libertad, aún a riesgo de sus vidas. Porque una misma palabra, comunismo, puede significar cosas diferentes en realidades sociales e históricas distintas. Paradójicamente, aquel crimen trajo la legalización de los partidos políticos. Un momento clave que hoy casi nadie evoca. ¿Cómo recuperar la Memoria Histórica cuando ni se recuerdan los hechos que vivimos anteayer? Maldito olvido.
Tras la caída del bloque soviético, la crisis ha venido a mostrar el lado más oscuro del capitalismo. El comunismo aspiraba a construir un mundo a la medida de lo mejor del ser humano: su capacidad de soñar, de establecer vínculos de solidaridad. Pero cayó en el totalitarismo. El capitalismo defiende la sociedad ya establecida, basada en lo peor del ser humano: su egoísmo y su codicia. En él, la libertad enmascara la injusticia.
Los dos son sistemas que reflejan la dualidad de nuestra condición humana: seres individuales y sociales, egoístas y generosos, violentos y compasivos. Sólo hallando un punto de intersección entre ambos cabe imaginarse una sociedad que sea igualitaria sin ser autoritaria, libre sin ser explotadora. Pero eso sólo es posible limitando al máximo el poder de los poderosos y convirtiendo la democracia en una realidad cotidiana, no sólo en un episodio electoral que dura 24 horas cada tantos años.