Ayer fue una de esas jornadas que parecen la radiografía de una época. La organización terrorista ETA anunciaba el fin de 43 años de atentados sin obtener ninguna concesión política. Mientras en Sirte el dictador Gadafi era ejecutado por los rebeldes luego de ser herido por la OTAN. ETA dice adiós con 800 asesinatos y miles de vidas destruidas. Una montaña de terror para nada. Gadafi ha sido asesinado tras años de tiranizar a su pueblo y viendo cómo las potencias que le aplaudían como represor del islamismo armaban ahora a sus enemigos y bombardeaban a sus leales.
Europa se reserva la paz para sí, pero dignifica la guerra. Son sólo las violencias devaluadas políticamente las que se rinden o se eliminan. Es el turno de los violentos de conciencia tranquila, los que matan en nombre de los valores en alza. Nadie, más allá de los allegados, va a llorar por sus víctimas. Si no, que les pregunten a los civiles bombardeados en Sirte.
Las cifras tienen una elocuencia apabullante. Hace más de 60 años que se habla del conflicto judeo-palestino. ¿Qué nos dicen los números? Que en 1948, tras la guerra con motivo de la creación del estado de Israel, más de 700.000 palestinos tuvieron que exiliarse. A continuación, llegaron a Israel más de un millón de emigrantes judíos. El territorio de Israel siguió aumentando y hoy más de 7 millones de isrealíes vivien en 22.141 km², mientras que casi 4 millones de palestinos se hacinan en 6.228 km².
Si se suman los millones de exiliados palestinos, la población de ambas comunidades es casi la misma. Pero el valor de la vida no parece ser igual. Durante la Operación Plomo Fundido del ejército isrealí en Gaza, en 2008, murieron 4 israelíes y 1.166 palestinos, según fuentes de Israel. Ayer se intercambió por fin a un soldado israelí por 1.027 presos palestinos. No es tan raro, viendo cómo se cotiza allí la vida de unos y otros.
¿Cómo pueden salir los demonios del Infierno? Esa es la pregunta cuando se quiere poner fin a un movimiento terrorista. Porque el camino que va de considerarse un héroe de la causa a ser visto como simple asesino no es fácil. De guerrero a criminal, un desbarrancadero del amor propio. Y sin embargo, hay infiernos que sólo se clausuran del todo por falta de mano de obra, de modo que hallar una salida para esos demonios es también interés de las víctimas.
La conferencia de paz del País Vasco no responde a una necesidad de la sociedad española. En realidad, quien más la necesita es la propia ETA: la petición internacional de fin de la violencia puede servirle de excusa para abandonar las armas y esa sería su única utilidad. El resto es pose. Los etarras saben, por más que aparenten, que saldrán de su infierno no rumbo al cielo de la negociación política sino al largo penar del purgatorio. El último tema de conversación que les queda.
Cuando quienes deberían representarlos no lo hacen y la mayoría de los medios de comunicación son meros portavoces de los intereses económicos y políticos de sus propietarios, a los ciudadanos sólo les queda la calle. La vieja ágora de la primera democracia ateniense. La voz de la calle se ha oído en todo el mundo con fuerza. No sólo para protestar sino para presentar su discurso y sus alternativas.
De las pancartas de Lisboa se puede extraer parte del relato indignado: “Mi vida está congelada”, mientras “los capitales son libres y los pueblos, esclavos”, decían. Así pues, “sálvate del rescate”. Porque “no es la crisis, es el sistema”, un duro combate “capitalismo versus Humanidad”. Y denunciaban que “la justicia está en las Caimán de vacaciones” y que “en sanidad la austeridad puede matar”. Y exigían que “quiten sus manos de nuestros derechos”. Para que la historia no termine con “…y fueron pobres para siempre. FMI ”.
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Decía Ortega y Gasset que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. El problema es cómo se mide la utilidad de un esfuerzo. ¿Fue útil el de Espartaco al levantar a los esclavos contra la poderosa Roma? ¿Y el de los obreros de Chicago, el 1 de mayo de 1886, al luchar por la jornada laboral de ocho horas? A Espartaco lo crucificaron y a los dirigentes obreros de Chicago los ejecutaron. Pero hoy la esclavitud está abolida y las ocho horas ya no son un sueño.
Pese al poder del absolutismo y de los prejuicios, en el siglo XVIII ya se pedía democracia y un sufragio universal que diera voto a la mujer. Hoy los indignados del mundo reclaman una auténtica democracia y el fin de la dictadura de los mercados, frente al aparentemente inamovible poder del dinero y las armas. ¿No será que lo mejor de la Humanidad sólo se alcanza, precisamente, con esos esfuerzos que quienes defienden el orden establecido presentan siempre como inútiles?
Cuando una bala se dispara en Libia, Afganistán, Gaza, Colombia o México, una máquina registradora hace ¡clinc! en alguna oficina de Nueva York, París, Madrid, Moscú o Londres. Sólo que el ruido de las bombas y los gritos no permiten escucharlo. Se habla de paz, pero se la proclama y traiciona en un mismo acto. La palabra paz suena en ciertas bocas como el impacto de un proyectil en un cuerpo humano: ¡zap!. Como si sus tres letras fueran el eco de un disparo.
Todo esfuerzo es poco para la paz, se dice, pero el camino de la paz lo controlan los guerreros. Luego ningún gasto es suficiente para preparar la guerra. Y se invoca el miedo a la guerra para usar las armas que habrán de destruir todo aquello que se reconstruirá después; para que continúe así la liturgia discreta de sagradas cuentas bancarias. ¡Clinc! La música de la codicia. El ritmo interno de una lógica: la que convierte la desdicha y la muerte de unos en el negocio de otros.
Por una vez, hay cita para asistir a un milagro. Esta tarde, a las 18h30, Ana María Matute presentará en el Instituto Cervantes su novela La Torre Vigía. Eso quiere decir que la literatura va a encarnarse en Lisboa. La literatura.
En los treinta años que hace que conozco a Ana María Matute, nunca le he oído hablar de cifras de ventas de sus libros, de estrategias de promoción ni de cómo es tratada por la crítica. Cuando supe que había estado nominada al Nobel, tuve que preguntarle si era verdad. Me dijo “sí, tres veces”, y empezó a hablarme de la soledad terrible del rey Gudú, de ese universo de belleza y barbarie en el que transcurren sus novelas. A veces en el presente, otras en un pasado sin fecha que es todos los pasados de la Humanidad, como el de esa torre vigía que presentará esta tarde. Me habló de los sueños, las pasiones y las criaturas alumbradas por su fantasía creadora. Me habló de la vida. Me habló de literatura, de verdad.
Hace mil once años, un vikingo se anticipó en cinco siglos al viaje de Colón que hoy se conmemora. Leif Eiriksson fue el primero en poner nombre al Nuevo Mundo. Lo llamó Vinland. Es decir, “tierra de viñedos”. Por las vides salvajes que encontró en lo que ahora es frontera entre Canadá y los Estados Unidos. Y porque los bárbaros sabían apreciar el placer civilizador del vino. También el de la escritura, como prueba la saga que narra su peripecia.
Tras el “Descubrimiento”, a América viajaron el arte de hacer vino y la lengua española. Cinco siglos después, a las vides silvestres americanas, inmunes a la filoxera, debemos la salvación de los viñedos europeos, injertados hoy sobre raíces de aquéllas. Y del imaginario de América Latina fueron llegando textos que han hecho definitivamente universal a la literatura en lengua española. Cosecha tras cosecha. En el mundo ya no se escribe igual después de Borges y García Márquez.
Las agencias de calificación juzgan a bancos y naciones, ahora también a autonomias, diputaciones y ayuntamientos. Incluso a los Estados Unidos, país que se atribuye el privilegio de ser juzgador universal pero impune ante el resto del planeta. Será seguramente porque la verdadera primera potencia mundial no es una nación con fronteras políticas sino un poder económico sin fronteras: el del capital. Un dios idiota que reina en el centro del caos, como definía Lovecraft en sus relatos al monstruoso dios Azathoth.
Pero hay que ser muy ciego (o estar decidido a serlo) para no ver que su idiocia es sólo respecto del interés general. Que sus opiniones envenenan la vida económica y perjudican a la mayoría para provecho de algunos. Que el caos que crean es donde medran astutos los especuladores. Las agencias contribuyeron a provocar la crisis y ahora la agravan. ¿A qué se espera para regularlas y poner coto a su poder tóxico?
¿Qué pasaría si, al igual que se dedica tanto espacio a los modelos, con sus galerías de fotos, se dedicaran en la prensa virtual páginas y páginas a una amplia y variada representación de escritores y se reprodujeran algunos de sus relatos, para que los lectores pudieran disfrutarlos o descubrirlos? ¿Qué pasaría si se hablara de autores que van más allá del gusto mayoritario y se diera espacio a los libros, más allá de los suplementos?
A lo mejor el mundo literario conseguiría escapar a la imparable decadencia de la endogamia, esa coyunda incesante en los medios de comunicación de los grupos editoriales que hablan de, para, entre y sobre sus propios autores, con una especie de autismo grupal donde no caben ni el verdadero debate ni los otros. Porque el mundo literario es más grande que las siglas de una Sociedad Anónima. A la literatura no la pueden matar las nuevas tecnologías sino la propia mezquindad de los mercaderes.
(HOY, además, "Fuera de juego" publica la reseña del libro La belleza bruta, de Francisco Font Acevedo)