¿Cuántos milenios más necesitan los defensores del lucro personal, visto como motor positivo de la Historia, para reconocer que la codicia es la partera de la mayor parte de los males del mundo? Por codicia, que puede ser de dinero o de poder (o de los dos) y que se disimula tras máscaras de patriotismo, solidaridad, progreso o misticismo, se mata, explota, destruye y persigue, pero sus consecuencias se minimizan o se niegan. Mientras, todo lo que se opone a ella es tildado de peligroso y aberrante.
Hoy la región andina de Cajamarca explota en protestas contra el proyecto de arrasar montes y ecosistemas para sacar el oro que sus entrañas atesoran. La codicia desmiente el discurso ideológico del flamante nuevo presidente peruano Ollanta Humala, quien prometió defender el agua de la región y, en su lugar, envía a los soldados para proteger las minas. Es la terrible maldición de la riqueza en el Tercer Mundo. Desde siempre.
La FIL de Guadalajara vuelve a poner el foco de la atención mediática sobre la literatura. Arte y comercio reunidos, por ese orden, tal es (o debería ser) el mundo del libro. Este año sale a la luz una lista de nuevos autores latinoamericanos desconocidos fuera de sus países, que estarán en el candelero por diez días.
Una iniciativa que da continuidad a las de los últimos quince años: de McOndo a Bogotá 39 y Granta. Buenos esfuerzos para presentar la riqueza y diversidad de los herederos del “boom”. Sin embargo, una vez señalados en sus inicios, el mercado editorial se desentiende en muchos casos de las nuevas obras con que esos mismos escritores continúan su camino. El candelero es soporte de una vela, luz que por definición está llamada a apagarse. Sin el apoyo sostenido de los editores a los autores que van dejando de ser novedad, cada nueva lista reveladora sólo será moda pasajera. Y la literatura crece en la permanencia.
Las FARC han asesinado a cuatro rehenes que retenían desde hace años. Atados a árboles como animales. La guerrilla actúa como los asesinos etarras, capaces de asesinar de un tiro en la nuca a un hombre que pasea por la calle de la mano de su hijo de cuatro años. Actos de suprema cobardía que muestran la vaciedad de las ideas en cuyo nombre se ejecutan.
Palabras. Traicionadas por gobernantes: ¿dónde quedaron las promesas del presidente del Perú de anteponer el derecho al agua a la codicia de las minas de oro? Deformadas hasta hacerlas irreconocibles: ¿quién protegía a los civiles de los protectores bombardeos de la OTAN en Libia? Manipuladas siempre en boca de los hipócritas para designar exactamente lo contrario de lo que se hace, sometidas al roce desgastador de turbios intereses, usadas y abusadas por toda clase de poder (establecido o revolucionario). Tan corrompidas como esta época que vanamente intentan nombrar.
En una época en que la manipulación cuenta con la poderosa tecnología de la sociedad de la información y con que el ruido mediático se lo traga todo, haciendo la memoria cada vez más corta; en una época así, la cronología es un arma de conocimiento poderosísima.
Basta poner acontecimientos y declaraciones en orden cronológico para que la realidad comience a resultar más entendible. Eso ha hecho el periodista norteamericano Edward Jay Epstein, al reconstruir el día de la caída de Dominique Strauss-Kahn, el exdirector del FMI acusado de violación que aspiraba a rival electoral de Sarkozy. De ese orden surgen serias sospechas de que, además de su prepotencia y su irresponsabilidad, hubo un compló político contra él, que atañería al entorno del presidente de Francia. Un tratamiento cronológico que valdría la pena aplicar para esclarecer otros acontecimientos polémicos, como las guerras de la ex Yugoslavia o los GAL.
Ayer fue el día internacional contra la violencia de género, que es la forma eufemística de decir violencia machista. Las cifras lo dejan claro: alrededor del 80% de las personas que comenten ese tipo de delitos son hombres, así que el género de la violencia suele ser masculino. Una violencia que ha matado en España tantas mujeres en diez años como muertos ha causado el terrorismo de ETA desde 1979.
Sin embargo, la toma de conciencia de las dimensiones de esta tragedia colectiva, que golpea a todos los países, apenas si moviliza a una pequeña parte de la sociedad. Anoche, por ejemplo, en Lisboa unos pocos cientos de personas recorrían las calles bajo la iluminación comercial navideña. Romper el muro de intolerancia levantado por milenios de discriminación y desprecio hacia las mujeres es una tarea larga, que exige constancia y en la cual cada palabra, cada gesto, representa el tenaz y demoledor papel de una gota de agua.
La noche de las elecciones, al salir del teatro de Madrid en que está actuando, un grupo de seguidores del PP invitó a Viggo Mortensen a festejar su victoria. El actor ni aplaudió ni ondeó bandera. Razón por la cual le llamaron “puto socialista” y “maricón”.
Según Mortensen, más fiel al papel de Sigmund Freud que interpreta en su última película que al rey de El Señor de los Anillos, hay que vigilar a esa clase de gente. Sabio consejo pues esas primeras reacciones en la victoria funcionan como los actos fallidos en el psicoanálisis: revelan las pulsiones latentes en el inconsciente. La derecha española no viene de la lucha antifascista, como la francesa, ni de la tradición liberal anglosajona. Fue fundada por un ex ministro de Franco y lleva dentro los fantasmas del españolismo autoritario. La pieza teatral en que actúa Mortensen se titula Purgatorio. Ojalá no sea una premonición de los tiempos políticos que nos esperan.
Según la teoría del caos, el batir de alas de una mariposa en Japón puede causar un terremoto en Perú. Gestos mínimos que se expanden en una cadena inimaginable de causa-efecto y van creciendo como ciclones. No es extraño, pues, que beber un café en el Barrio Latino de París acabe desatando la guerra de Libia. Es lo que reivindica el filósofo Bernard Henri Levy cuando afirma haber convencido a Sarkozy de atacar a Gadafi.
BHL (así le llaman en Francia) se ha pavoneado, ante la convención de organizaciones judías reunidas en París, de sus méritos como partero de una guerra que dice no amar, pero que hace suya. Sus razones: los derechos humanos, el protagonismo de Francia y su “fidelidad al sionismo y a Israel”. Decía Marx que cuando la historia se repite lo hace como comedia. Por eso este sangriento filósofo que no ha aprendido nada de los horrores del último siglo resulta una grotesca caricatura del intelectual comprometido.
Aún no gobierna y ya están los marcados exigiéndole a Rajoy que tome medidas. En su lenguaje, eso quiere decir recortar derechos sociales e inversiones del Estado, bajas salarios a los empleados públicos, inyectar dinero en la banca privada. Es decir, sacar el dinero del bolsillo de los que menos tienen para meterlo en el bolsillo de los que tiene más.
La agencia de calificación Fitch califica el cambio de gobierno como “ventana de oportunidad”. ¡Con qué descaro se expresa esta gente! Si alguien no lo tenía claro ahora ya lo sabe: el PP es una oportunidad para que los mercados exijan el sacrificio de la mayoría y, así, el monstruo de la crisis no nos devore. Igual que en el mito del Minotauro, cuya ira sólo se aplacaba matando jóvenes. Pero desde Creta sabemos que los monstruos, en realidad, eran aquéllos que hacían matar a jóvenes en un sacrificio inútil. Porque los Mercados, como el Minotauro, son sólo una excusa del poder.
Desde Plutarco y sus Vidas paralelas, seguir el derrotero de un hombre público, y compararlo con otra figura ilustre, dice mucho tanto de la condición humana individual como de la colectiva. No sería mala idea repetirlo hoy con los presidentes entrante y saliente de España: Rajoy y Zapatero.
Zapatero llegó al poder tras los atentados del 11-M y lo hizo con un compromiso fuerte por la paz y los derechos sociales. Sacó a España de Irak, buscó el fin de ETA en la tregua y legisló a favor de homosexuales y mujeres. Después llegaron la crisis, los recortes y el nuevo militarismo “humanitario” en Libia. Sólo el adiós de ETA da por cumplido un compromiso. En ese proceso, Rajoy ha sido enemigo feroz de retiradas militares y ampliación de derechos. Y el PP, el gran agitador de la desconfianza internacional hacia España. Zapatero echa la culpa al viento de la crisis, sin arrepentimiento. Rajoy despliega velas en ella, sin vergüenza.
La crisis económica ha marcado el resultado de las elecciones en España. El legítimo descontento ha castigado al partido del gobierno mientras la derecha se beneficia de la fidelidad de sus votantes, que se basa no tanto en la fe en sus propuestas como en el odio al adversario.
Los problemas siguen siendo los mismos: cómo salir de la crisis sin destruir los mecanismos de solidaridad; cómo reformar el sistema político para que sea verdaderamente representativo. De un PP con mayoría absoluta no cabe esperar una reforma de la ley electoral que acabe con la vergüenza de que un partido con el 44% de los votos tenga el 53% de los diputados. Tampoco una defensa de los derechos sociales ni la exigencia de responsabilidades a los mercados. Una izquierda dividida ha perdido frente a una derecha unida. Pero la unidad de la izquierda será imposible mientras el PSOE siga aceptando la lógica neoliberal. O cambia ahora o no lo hará nunca.