Anoche la niebla envolvía Lisboa. Como una película expresionista alemana. Misterio en cada rua y un horizonte borrado. Como el futuro. En la esquina del continente, la ciudad parecía querer ser metáfora de lo que sucede en Europa. Todos los países de la Unión, menos Reino Unido, han alcanzado un acuerdo económico básico que emerge de la neblina de la crisis como lo hacen los faros de un auto en una carretera brumosa: sin alumbrar más allá de un palmo delante de las narices.
El futuro del euro sigue en la oscuridad. Nadie habla de inversiones, de gasto social, de políticas de empleo. Se habla de todo lo contrario. Recortes y más recortes, como si en Bruselas se hubiera hecho con el poder un sastre loco. La buena noticia es que Europa empieza a dotarse de instrumentos continentales. La mala es que lo que se piensa hacer con ellos es un disparate. Como en el chiste, Europa estaba al borde del abismo y ha dado por fin un paso adelante.
Decía San Ignacio de Loyola: “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Visto el éxito de la Compañía que fundó, no parece mal consejo. Porque no se trata de evitar cambios sino de hacerlos cuando se está en condiciones de que el remedio no sea peor que la enfermedad. Ahora, atribulados por la crisis, los gobernantes europeos se apuntan a cambios apresurados, cuyas consecuencias pueden ser fatídicas.
Los recortes empujan a Europa a la recesión, la desigualdad y la crisis monetaria e institucional. Pero no es raro: el problema no puede ser la solución y la clase gobernante, financiera y política (socialistas y conservadores son caras de la misma moneda), es la responsable del desastre. Los mismos que lo causaron pretenden ahora que saben resolverlo. Y lo hacen cargando contra los más débiles, para tener cada vez más poder. No sólo han arruinado el presente, van a hipotecar el futuro. Lo que hay que cambiar es a ellos.
El gobierno de Zapatero ha dejado sin aprobar el reglamento de la Ley Sinde sobre las descargas en Internet. Este gobierno, que ha hecho méritos sobrados para ganarse el título de pusilánime, se va dejando a escritores y artistas a merced de la vertiginosa voracidad del mundo virtual.
Se rechaza cualquier limitación en la red en nombre de la libertad de expresión, pero ese deseo de poner la cultura al alcance de todos no puede hacerse de modo que las obras, que son fruto de años de trabajo creativo, no reporten nada a sus autores y éstos se vean obligados a buscar otros trabajos para vivir. Es una estúpida paradoja: libre acceso a lo que nos gusta aún a riesgo de acabar con eso que nos gusta. Reglamentar la propiedad intelectual en Internet es urgente porque la red, que puede ser el mejor medio para la independencia de la creación, también puede convertirse en su tumba. De momento los creadores siguen desnudos y a la intemperie.
Lo decía Sancho Panza (El Quijote sí que es contemporáneo): “imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado”. ¡Qué gusto da el poder! Capaz de tornar el rostro más avinagrado en un jardín de sonrisas. La foto del compadreo de Rajoy con el horripilante, vendepatrias, destructor de la familia, amigo de los terroristas y rojo resentido Zapatero produce hasta ternura.
¿Alguien se acuerda del gesto iracundo y espantado del líder del PP cuando cargaba contra ZP? Ocho años llamando inútil, cobarde, mentiroso y traidor a las víctimas al presidente socialista, y ha bastado que el PP ganara las elecciones para que aquello que nunca se produjo, el trato normal y leal entre gobierno y oposición, tenga lugar. Claro que ahora quien va a estar en el gobierno es el PP y tomarse unas cañitas con el vencido es hasta de buen gusto. A todo gobernante (o aspirante a) le gusta el poder, pero a la derecha española le encanta, le encanta.
Los lugares comunes son como el alcantarillado de la ciudad: necesarios para desaguar los malos humores, pero poco recomendables para vivir en ellos. Asfixian. Hoy sabemos la gravedad de los problemas que la Humanidad afronta pero, en vez de tomar medidas que vayan a su raíz, se toman medidas razonables. Ese es el gran lugar común: “no ser radical sino razonable”.
El problema es que la razón no es una sino muchas. No existe una sola lógica. Y las medidas que parecen tan razonables a quienes detentan el poder pueden ser disparatadas para la mayoría de la Humanidad. Consolidar lo destruido en la Amazonia, como se propone en Brasil. Imponer un nuevo tratado europeo excluyente, como pretende el dúo recortador franco-alemán. Aplazar las medidas contra el calentamiento, como hacen EE.UU y China. Son medidas que van a llevarnos razonablemente a la catástrofe. Como repintar la fachada cuando fallan los cimientos de la casa.
Sólo faltaba, para que la clase política italiana acabara de convertir el drama de Italia en tragicomedia bufa, que la ministra de Trabajo del nuevo gobierno de tecnócratas se echara a llorar al anunciar los recortes sociales que ella misma ha aprobado. Bueno, pues ayer ocurrió.
La supuesta muerte de las ideologías (o sea, la imposición de la ideología conservadora disfrazada de orden natural) ha dejado el campo libre a la gesticulación teatral. Ya no se pide justicia (quizá porque no se espera tenerla) sino disculpas. Se mata a civiles en bombardeos, se usa el dinero de todos en beneficio propio, se rebajan salarios o deteriora la sanidad pública. Luego se explica que no había alternativa y se pide perdón, porque en estos tiempos hay que apiadarse de las víctimas, empezando por las que uno causa. ¿Por qué tendrán los cocodrilos mala prensa? Lloran tan sinceramente como muerden, ellos sólo son parte del orden natural.
Se habla de refundar Europa cuando en realidad se la desfonda. Se quita soberanía nacional para transferirla a quienes se pliegan a los mercados, abriendo un agujero negro que puede tragarse, en dos o tres años, lo que ha costado siglos construir: un orden social donde los ciudadanos no quedaran a merced absoluta de la codicia de los ricos, la intolerancia de los fanáticos y los abusos de los gobernantes.
Con prisas propias del timador que intenta que su víctima no vea que la está robando, se quiere imponer una Europa sin sueños y, peor aún, imponer los límites legales para que nunca vuelva a soñar. La crisis es la excusa para un autogolpe de estado encubierto, que se pretende dar simultáneamente en los 27 estados de la Unión Europea. Un golpe enmascarado hipócritamente por Merkel, Sarkozy y adláteres, quienes bien merecen aquel necio elogio de Sancho Pánza: “¡Oh, humilde con los soberbios y arrogante con los humildes!”.
Lo ha dicho el gran poeta Juan Gelman, al referirse a otro gran poeta, el reciente premio Cervantes, Nicanor Parra: “Borges vivía para escribir y Nicanor escribe para vivir”. Dos maneras igualmente legítimas de abordar la escritura, aunque en el fondo son la misma pues quien vive para escribir, sin escribir no tiene vida.
En la literatura late un ansia de vida que la convierte en el espacio mágico donde la existencia se libera de toda frontera y la soledad radical del individuo se disuelve en esas tantas otras vidas de papel que también pasan a formar parte de la propia. Se escribe y se lee (dos actos inseparables) por amor a la vida, incluso cuando se la maldice con la pasión del desamor. Se escribe por ese necesario “amor para vivir”, que cantaba Pablo Milanés. Amor a un ser querido, amor también al conocimiento, a la belleza, a la duda, guía de las verdades concretas, esas que no se escriben con mayúscula y no hacen tanto daño.
Dan ganas de hacerse ciudadano islandés. Los islandeses estuvieron a la cabeza del disparate financiero pero, cuando llegó la crisis, en vez de gastar el dinero de los contribuyentes en rescatar a quienes habían generado el caos, votaron rechazar el pago de la deuda, dejaron hundirse los bancos y los nacionalizaron. Ahora han detenido al consejero delegado de uno de ellos y van a llevarlo a juicio, como han hecho con el entonces primer ministro.
Islandia ha repartido los sacrificios entre toda la población, empresarios y políticos incluidos, y ha seguido metiendo dinero en los servicios sociales. La Historia les ha tratado de bárbaros, pero los vikingos crearon antes del año 1000 el primer parlamento de Europa. Quizá por eso hoy salen solidariamente de la crisis, mientras los herederos del imperio romano olvidamos lo mejor de nuestra cultura para quedarnos con su peor herencia: la corrupción y las desigualdades.
Occidente presiona a Irán con sanciones porque teme que se haga con la bomba atómica. Israel amenaza con un ataque militar. Además del efecto rebote que pueda tener esa amenaza (¿hay que desarmarse cuando se puede ser bombardeado?), el gran problema es que Occidente ofrece malos ejemplos de lo que sucede cuando un país enemigo sigue sus directrices.
Irak se deshizo de sus armas de destrucción masiva y sin embargo fue invadido… ¡por tener esas armas! Gadafi se acercó a Occidente en la lucha contra el terrorismo y el fanatismo islámico y fue ejecutado por quienes Occidente apoyaba. Noriega actuó al servicio de CIA y terminó en prisión en EE.UU Mubarak se convirtió en el gran aliado de Israel y de EE.UU en el mundo árabe y Occidente apoyó su caída. No es fácil que Corea del Norte renuncie a la bomba o Irán a conseguirla con tales antecedentes. Lo malo del abrazo de Occidente es que suele ser como el del oso, que desgarra la espalda.