Mientras el mundo vive en la incertidumbre de la crisis, los jugadores más astutos mueven sus fichas en el tablero planetario, aprovechando el desconcierto general para intentar ganar posiciones. Irán despliega las mayores maniobras militares que se recuerdan en el Golfo Pérsico. EE.UU. envía barcos y amenazas a la zona. La temperatura prebélica sube.
Son años de tira y afloja entre Irán y Occidente sobre el uso de tecnología atómica. Un derecho para los iraníes, que proclaman sus fines pacíficos. Una amenaza para EE.UU. e Israel, que sospechan su uso militar. Los gestos retadores van de un lado a otro. Israel, que tiene la bomba, y EE.UU., que es el único que la ha usado contra población civil, amagan con atacar a Irán. Y el gobierno de los ayatolás prosigue con su calculada ambigüedad y saca pecho. Son juegos guerreros pero ya se sabe que la guerra es una tentadora salida para las crisis. Habría que tomárselos en serio.
El nuevo presidente del gobierno español ha decidido hacer realidad los recortes prometidos de la forma más brutal, injusta y mezquina: congelando por primera vez en la historia de la democracia española el salario mínimo de los trabajadores, que ya era para meter frío. La vida sube y si el salario mínimo no lo hace, uno no se queda como estaba, se queda con menos porque su dinero vale menos.
La tragedia de esta crisis económica es que sus efectos se están utilizando como excusa no para corregir las causas que la produjeron sino para conseguir sin piedad lo que la derecha lleva décadas intentando: desmontar todos (absolutamente todos: de la sanidad universal al subsidio de desempleo) los avances logrados por dos siglos de lucha obrera. El capital se enriquece descaradamente, el Estado sufraga sus vicios y sus errores, y quienes pagan la cuenta son los trabajadores, que no han tenido responsabilidad alguna en la crisis.
¿A quién no fascina la figura del pirata? Con sus maneras temerarias, su desprecio a la propiedad y su astucia, despierta la simpatía de los lectores y se convierte en símbolo de rebeldía contra el poder. Pero a ningún lector le hubiera gustado hallarse a bordo de uno de los barcos abordados por piratas. Que les pregunten a los marinos que faenan en las aguas de Somalia.
La figura del pirata de internet, que se apropia del trabajo de escritores cual si abordase un barco y al que el nuevo ministro de cultura español ha declarado la guerra, reclama para sí la simpatía del pirata clásico y se pretende símbolo de rebeldía. Pero actúa como actuaban los verdaderos piratas, no los de ficción: atacando al más débil. En este caso, a los desprotegidos creadores que, carentes de los beneficios sociales que tienen otros colectivos de trabajadores, ven cómo se les roba también el fruto de su trabajo. El pirata real no tiene ninguna gracia.
El filme “The Artist” ha tenido el coraje de dar al cine mudo un lugar en la propuesta artística de la era de la comunicación y el ruido. Esa apuesta de riesgo parece querer señalar la depreciación de la palabra en la sociedad de la imagen. Una depreciación que no nace tanto de la incapacidad de las palabras para nombrar el mundo como de una adulteración y banalización del lenguaje que llega hasta lo literario (prensa incluida).
La logorrea de nuestra época aturde. Este es un mundo de cotorras en el que el griterío mediático amenaza con dejar mudos a los creadores más interesantes y arriesgados, reduciendo la diversidad artística a una franja cada vez más angosta e inaudible. “The Artist” responde con brillante precisión a los versos de la poeta cubana Fina García Marruz, reciente premio Reina Sofía de poesía, en su poema a Chaplin: “no es que le falte/ el sonido/ es que tiene/ el silencio”. El necesario silencio para pensar.
Se dice que en el Caribe la gente tiene sentido del ritmo, pero hay caribeños tan negados para el baile como el más torpe europeo. Ahora el gobierno cubano anuncia una reforma “lenta” de las leyes migratorias del país. Con la demora administrativa que caracteriza a la Revolución desde que dejó de ser revolucionaria para convertirse en institucional, la palabra “lenta” parece un pleonasmo.
A las limitaciones que los emigrantes del Tercer Mundo encuentran para entrar en los países desarrollados, se suman en el caso cubano las limitaciones que su propio gobierno les pone para salir de su país. Los emigrantes cubanos son una fuente esencial de ingresos para la isla, pero no se les trata con gratitud sino con desconfianza, castigándoles económicamente. El gobierno cubano recuerda su derecho a decidir el ritmo de los necesarios cambios en el país. Pero quien apenas si da dos pasos se acaba quedando solo en la pista de baile.
El parlamento francés ha aprobado una ley que castiga a quienes nieguen la existencia histórica de los genocidios. Parece una iniciativa legal bienintencionada, pero ¿qué sentido tiene legislar sobre la verdad histórica? Si hay una ciencia inexacta por definición, esa es la Historia. La verdad histórica cambia en cada época. Elevar esa verdad a rango de ley inviolable es un acto totalitario, por muy adornado de virtudes morales que se presente.
Porque ni siquiera en la misma época todos están de acuerdo sobre la verdad histórica. La ley francesa se dirige de hecho contra quienes nieguen el genocidio de los armenios a manos del estado turco. Pero los turcos recuerdan el genocidio francés contra los argelinos. Cuando Francia todavía es incapaz de admitir su responsabilidad en Argelia y se resiste a asumir su participación en el holocausto de los propios judíos franceses, una ley así tan sólo expresa una doble moral.
Hoy hacemos como si Jesucristo hubiera nacido la noche del 24 al 25 de diciembre pero no es cierto, esa fecha la impuso el papa Julio I en el año 350 después de Cristo para hacerla coincidir con la antigua celebración del dios Saturno de los romanos y con la celebración del solsticio de invierno de los rituales paganos. Fue una fecha fingida (antes de ese año se celebraba la fecha de nacimiento de Cristo el 6 de enero) y a su mentira se atiene hoy el mundo católico entero.
¿Cuál es el papel de las mentiras en la Historia? De sus virtudes en la literatura tenemos pruebas sobradas. Lo fingido verdadero es la esencia del arte: ficciones que nombran la verdad con sus embustes. El arte miente pero no engaña. Pero en la vida social, la mentira suele ser letal. Poco importa que Cristo naciera un día u otro (queda el dato del oportunismo de la Iglesia, tan revelador). El problema es su pedagogía: prepara el espíritu a aceptar nuevos embustes.
Cada año, en España el 22 de diciembre se convierte en jornada litúrgica del único Dios verdadero: el Dinero. La Lotería de Navidad deja al país en suspenso, colgado de las vocecillas de los niños huérfanos que cantan los números del sorteo. Después viene la exhibición de alegría y champán de los afortunados, y el resto empieza a soñar con el siguiente sorteo.
Pero uno sospecha que, mientras esos bombos que contienen los números y los premios salen en la televisión, hay otro bombo, secreto, que gira oscuramente en alguna cámara blindada de alguna institución (¿financiera, política?), del cual las autoridades de turno van extrayendo tanto premios como castigos. En la televisión se grita: “ha salido el gordo”. Y en los despachos del poder se decreta: “16.000 millones menos del presupuesto del Estado y medio billón de euros más para la banca europea”. En esa lotería secreta el premio de pocos implica el castigo de muchos.
El debate de investidura ha dejado algunas cosas claras. La primera es que Mariano Rajoy, además de una mayoría absoluta que le asegura poder imponer sus políticas si no logra acuerdos, también tiene buena pegada parlamentaria y un eficaz tono moderado. Prueba de que la crispación era cosa de la derecha y se acabó cuando ésta ha vuelto a lo que considera el orden natural, o sea, a detentar el poder.
Pero lo llamativo ha sido el desfondamiento también parlamentario de la izquierda. El PSOE lo tiene difícil para oponerse porque de hecho comparte la visión neoliberal de la crisis y ha puesto las bases para los recortes que vienen. Izquierda Unida estrena un líder flojo con discurso que más parece declaración de principios que argumentación destinada a rebatir y convencer. La izquierda tiene que despertar de su narcosis liberal o de su ensimismamiento para buscar un discurso alternativo o va a haber derecha para una década.
Los pequeños gestos son a veces muy reveladores de la realidad. El discurso de investidura como jefe de gobierno de España de Mariano Rajoy tuvo un tono ambiguo con anuncio de recortes y buenas intenciones para los parados y los jóvenes. Lo revelador fueron los aplausos de sus diputados del PP porque aclaran la verdadera primacía de valores.
La primera ovación fue a la declaración de fe en la capacidad de los españoles para salir adelante (un Arriba España moderno). La siguiente, para el pago del IVA de los empresarios sólo cuando estos lo hayan cobrado (los negocios ante todo). La tercera, para la supresión de puentes festivos (aviso a los trabajadores). El poder posmoderno recuerda al de la época merovingia: la casa del señor y sus intereses son la medida de la sociedad. El PP tiene un programa destinado a que en su casa, que es la de los mercados y los grandes empresarios, haya orden y prosperidad. Cómo no van a aplaudirse.