El mismo día en que la Unión Europea pone en marcha su injusta e inhumana política de expulsión de inmigrantes, se hacen públicos los papeles de Panamá, una formidable investigación periodística sobre el ocultamiento de capitales en paraísos fiscales por parte de la élite de más de 50 países. No es una casualidad, son las dos caras de la globalización que tiraniza al mundo: libertad sin fronteras para la codicia y la corrupción; trabas despiadadas para las víctimas de un sistema desigual y violento que ha hecho del miedo un negocio y un instrumento de dominación.
Hay además una relación de causa-efecto: para que los ricos lo sean cada vez más, es necesario el feroz control de naciones y recursos. Al precios de repartir muerte, hambruna y desesperación. Sólo desde la ignorancia política o la mezquindad sin fisuras se puede seguir aceptando el discurso oficial de la bondad del mercado y su identificación con la libertad.
*Link a la noticia sobre el inicio de las expulsiones de inmigrantes hacia Turquía: http://www.eldiario.es/desalambre/Grecia-comienza-deportar-refugiados-Turquia_0_501849844.html
**Link a la noticia sobre los papeles de Panamá: http://www.eldiario.es/economia/implicada-trama-sociedades-fiscales-Panama_0_501500186.html
Cuando una fuerza política de izquierdas (Podemos) ofrece a otra de izquierdas (PSOE) un pacto de gobierno y ésta en vez de negociar con la primera corre a pactar con una de derechas (Ciudadanos), resulta muy chistoso que luego se venga diciendo que la primera fuerza es la que impide que haya un acuerdo. Invocar las formas en que se planteó la posible negociación como obstáculo insalvable para iniciarla es negar el punto de partida negociador (toda negociación parte de puntos de fricción) y parece un segundo chiste habida cuenta los meses de descalificaciones desde el PSOE contra Podemos.
Como tan línea roja es imponer el pacto con Ciudadanos como rechazarlo, lo que queda claro es que el PSOE no quiere gobernar con la izquierda. Así de simple. Prefiere hacerlo con la derecha. Si al final el PP no se abstiene en nombre de la estabilidad, habrá elecciones. Buena ocasión para poner al PSOE en el lugar que él mismo se ha buscado.
Tras varias semanas de confusión en las negociaciones para formar gobierno en España empieza a verse la jugada en la que está embarcado el líder del PSOE. Su acuerdo con Ciudadanos, aunque insuficiente en sí para gobernar, sirve para bloquear a la izquierda y ganarse a la derecha.
Por un lado neutraliza a Podemos e IU, forzándolos a aceptar el protagonismo de la derecha en el diseño de las políticas del nuevo gobierno so riesgo si se niegan de ser presentados como destructores del “cambio” (aunque un cambio con la derecha como principal aliado sea un ejemplo perfecto de viaje a ninguna parte). A cambio de esa neutralización, el PP podría permitir con su abstención un gobierno pretendidamente centrista, reservándose el papel de espada de Damocles. La estrategia del PSOE lleva enmascaradamente a la gran coalición que el establishment desea y la opinión pública rechaza. Otro paso en el divorcio entre poder y ciudadanía.
Las negociaciones del líder del PSOE, Pedro Sánchez, para intentar formar gobierno son un buen ejemplo de que, en política, el orden de los factores altera el producto, y mucho. Partir de un acuerdo con Podemos permitiría buscar atraer a la derecha centrista hacia posiciones de progreso (algo que entraría en la lógica de una hegemonía política no sectaria, pero que sólo sería posible desde un pacto de izquierdas para vencer las lógicas reticencias de Podemos).
Pero elegir formar gobierno a partir de un acuerdo con Ciudadanos, esperando lograr el apoyo final de Podemos o su abstención, es mantener el modelo seguido por el PSOE hasta hoy de confiar en los representantes del orden establecido para una gobernabilidad que termina en mal gobierno. Es confundir otra vez estabilidad con establishment. Priorizar a Ciudadanos es apostar por los poderes fácticos, cuando son justo esos poderes los que urge remover en España.
Esperanza Aguirre ha dimitido como presidenta del PP de Madrid en medio de una oleada de registros y detenciones de militantes del PP por corrupción. Visto el oscuro futuro de Mariano Rajoy, la retirada de la dirigente neoconservadora española, hábil en las más sucias mañas para conservar el poder, podría ser interpretada también como una jugada estratégica para intentar hacerse con la dirección del Partido Popular. No sería de extrañar, ya dice el refrán que mala hierba nunca muere.
Pero una cosa son la ambición desmedida y las malas artes de esta representante de lo peor que ha dado la clase política española y otra cosa es la tenacidad de los hechos. Y éstos prueban que quien acaba de dimitir ha sido líder de los corruptos del PP de Madrid, alguien dotado con el raro don de rodearse de sinvergüenzas diciendo que no sabía que lo eran. Con ese currículum la única dirección que debía esperar tomar es la que lleva al juzgado.
Hacienda calcula en decenas de miles de millones de euros el fraude al fisco y apenas si da medios a la inspección fiscal de grandes fortunas. Pero el gobierno encuentra tiempo para investigar y castigar a grandes escritores aplicándoles una ley injusta que les impide jubilarse y seguir cobrando sus derechos de autor.
El periodista de extrema derecha Jiménez Losantos afirma en la radio que cada vez que ve a líderes de Podemos se alegra de no llevar una escopeta porque si la llevara les pegaría un tiro. La Fiscalía es sorda a sus palabras, pero unos titiriteros sacan un cartel paródico de ETA en una obra para denunciar la manipulación policial del terrorismo y el fiscal corre a meterlos en la cárcel… y el PP quiere procesar a la concejala de cultura. Dos ejemplos de la inquina de la derecha española contra la cultura. Es lo que tiene haber gritado en su día “Vivan las cadenas”: hay pozos morales de los que se tarda siglos en salir.
En estas semanas se especula con los posibles gobiernos resultantes de las últimas elecciones generales y con la posibilidad de que ninguno de ellos llegue a cuajar y haya que ir a nuevos comicios.
Dejando de lado al PP, que ya ha mostrado por activa y por pasiva su inmovilismo, los demás partidos nacionales (PSOE, Podemos, Ciudadanos e Izquierda Unida) hablan de la necesidad de un cambio. Pero si hay algo que resulta claro del actual estatus político en España es que ese cambio (en realidad, cualquier cambio con un mínimo de profundidad) es imposible mientras se mantengan las dos principales reglas actuales que condicionan el juego político, porque están diseñadas precisamente para que nada cambie.
¿Qué reglas son esas?: La ley electoral, que transforma votos en diputados mediante un sistema injusto y desproporcionado, y la exigencia de que cualquier reforma constitucional pase por el Senado, en el que esa desproporción es todavía mayor y que está diseñado para que la sobrerrepresentación de las provincias más conservadoras asegure a la derecha más radical la posibilidad de taponar cualquier reforma que no coincida con sus intereses.
El resultado de ambas reglas es que los españoles expresan su voluntad política con su votos, como detentadores de la soberanía nacional, pero por arte de birlibirloque las instituciones nacidas de esos votos no representan proporcionalmente lo que los ciudadanos españoles han votado, sino que se premia arbitrariamente a unos partidos otorgándoles un porcentaje de diputados mayor que su porcentaje de votos y se castiga a otros dándoles un porcentaje de diputados escandalosamente menor que su porcentaje de votos.
Existen pues las condiciones para un divorcio estructural en España entre ciudadanía e instituciones pues el número de diputados que cada partido político tiene en éstas no se corresponde con el número de votos que ese partido ha obtenido en las elecciones. La actual crisis política española es la consecuencia de esa distorsión estructural.
En esas circunstancias, la mejor opción hoy para la sociedad española sería un gobierno de transición con una duración fijada, que podría ser de seis meses, y con un único objetivo: reformar la ley electoral y convocar nuevas elecciones para que, por una vez, la España institucional resultante de éstas represente a la España ciudadana que acude a votar.
Y en esas nuevas elecciones, habida cuenta que el Senado no sirve en realidad más que para taponar las reformas constitucionales, sería una buena idea que, aunque cada partido se presente por separado al Congreso de Diputados, los partidarios de un cambio real en España se presentaran en una única candidatura al Senado (y en este caso me estoy refiriendo a PSOE, Podemos e Izquierda Unida), para acabar de una vez con la supremacía en éste de la derecha. Si lo consiguen, el primer paso a dar por el gobierno que surja de las nuevas elecciones debería ser la supresión del Senado, tal y como se acaba de aprobar muy razonablemente en Italia.
La distorsión a la que someten a la vida política española las actuales reglas del juego hace que este no sea el momento de hacer todos los cambios que el país necesita, sino el de hacer el primer cambio imprescindible para que todos los demás sean posibles.
De veras que la realidad a veces supera a la ficción. Una prueba: la ronda para designar candidato a la presidencia del gobierno en España. Que los dos partidos más votados (PP y PSOE) se dediquen a decirse el uno al otro yo no gobierno, propón un gobierno tú, parece un chiste y da idea de su sentido de la responsabilidad. Que el líder de la tercera fuerza (Podemos) se ofrezca a formar gobierno con PSOE e IU y marque sus objetivos, y ese gesto en vez de ser recibido como una actitud positiva sea interpretado por los medios retorciendo la lógica hasta parecer que se está en el diván de un psicoanalista, para acusarle de todo (grosero, propotente, chulo, etc, etc, etc...), resulta asombroso.
España se ha convertido en el País (cutre) de las Maravillas (cutres) con un Conejo-Rajoy en fuga y un Sombrerero-Sánchez que festeja todos los días del año menos el de su investidura, a la que parece tenerle más miedo que a la Reina de Corazones.
*Link a la noticia sobre propuesta de formar gobierno de Podemos:http://www.eldiario.es/politica/Pablo-Iglesias-ofrece-Gobierno-Sanchez-IU_0_476302566.html
**Link a la noticia sobre renuncia a formar gobierno de Rajoy:http://www.eldiario.es/politica/Mariano-Rajoy-intentar-candidato-presidencia_0_476303303.html
***Link a la noticia sobre renuncia a formar gobierno de Sánchez: http://www.eldiario.es/politica/PSOE-sacude-presion-insiste-Rajoy_0_476652537.html
Después de un breve paréntesis, el blog “Fuera del juego” regresa con nuevo diseño y se fusiona con el sitio web de su autor a fin de ofrecer una información más completa. El alto número de visitas desde su creación, en octubre de 2011, recompensa el empeño por ofrecer un periodismo de opinión independiente realizado con el rigor y el afán de veracidad que dan 38 años de carrera periodística. Por desgracia, ese flujo virtual también suele atraer a los predadores del spam y el blog sufrió en el último año un ataque masivo que obligó a cerrar la función de comentarios. Hoy esa función está abierta de nuevo a los visitantes para que “Fuera del juego” sea el espacio de información, reflexión y debate que debe ser.
Para ello, además, se incorpora a las secciones habituales del blog (Cada día, Crónicas, Bitácora de lectura y Conversaciones) una nueva, Otras voces, que acogerá las colaboraciones de otros periodistas y escritores.
por José Manuel Fajardo
Cuando despuntó el alba del 23 de abril del año de 1616, el escritor Miguel de Cervantes yacía en el lecho que no había podido abandonar desde que, el día 2 de aquel mismo mes, se sintió tan indispuesto que hubo de renunciar a salir de sus habitaciones. Vivía en casa de un sacerdote amigo, Francisco Martínez, en la madrileña calle del León, a pocos metros del convento de Santa Ana y del convento de las monjas Trinitarias.
A más de mil kilómetros de Madrid, entre los verdes prados ingleses que rodean al río Avon, el alba del 23 de abril del año de 1616 había sorprendido al actor y dramaturgo William Shakespeare sentado ante la chimenea de su casa, bebiendo cerveza tras una copiosa cena y conversando con su amigo y compañero de aventuras teatrales, Michael Drayton. Éste había llegado en compañía del también escritor Ben Jonson al caserón que Shakespeare había comprado en su pueblo natal. Hacía varias semanas que el autor de Hamlet se encontraba enfermo, pero había sacado fuerzas de flaqueza para agasajar a sus dos antiguos colegas cómicos, ahora que el teatro había pasado a formar parte del mundo de recuerdos de los años vividos en Londres. De ellos habían hablado animadamente los tres hasta que Ben Jonson tuvo que partir, poco antes de que clarease el día.
En el alba del 23 de abril del año de 1616, ambos escritores sabían que la muerte les rondaba, enmascarada de enfermedades sin nombre sobre las que hoy no podemos sino especular a partir de sus síntomas. Tan sólo cuatro días antes, Cervantes había terminado de escribir en el lecho el prólogo de su último libro, Los trabajos de Persiles y Segismunda, y en él daba cuenta de un reciente encuentro, durante un viaje, con uno de esos estudiantes peripatéticos tan frecuentes en su literatura y en su época, al que contó que padecía hidropesía. ¿Qué enfermedad se la producía? No se sabe.
También se desconoce a qué causas respondían las fiebres que venían consumiendo a Shakespeare desde el año anterior y que tanto habían debilitado su salud. Al parecer, algún vecino de Stratford-on-Avon había sufrido fiebres tifoideas, pero aún hoy se desconoce si tal fue el mal que aquejaba al escritor. En todo caso, el resultado final de aquellas enfermedades estaba claro. Así, el 23 de marzo, Shakespeare dictó testamento y lo hizo con todo detalle. Dejaba el grueso de su fortuna a su hija Susana y trescientas libras a su hija Judith. Repartía su cubertería de plata y sus joyas entre hermanos, sobrinos y demás parientes. Destinaba diez libras a los pobres de la parroquia y veintiocho chelines con ocho peniques a sus amigos Barbuge, Heminge y Condell. A su esposa, Anne Hathaway, sólo le dejaba “la cama y el ajuar”, en lo que algunos de sus biógrafos han querido ver un irónico ajuste de cuentas final. Pero la verdad es que a ella ya le correspondía por ley un tercio de los bienes; y la palabra cama, en el lenguaje legal de la época, significaba en realidad todo el mobiliario conyugal.
El 26 de marzo, por su parte, Cervantes había escrito una carta a su protector, don Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, en la que le decía: “El mal que me aqueja al fin tanto arrecia que creo que acabará conmigo, aun cuando no con mi agradecimiento”. Sin embargo, poco tenía que repartir entre sus herederos Cervantes. Como si fueran en realidad metáfora del destino de los imperios inglés y español, los testamentos de ambos escritores reflejaban dos fortunas bien dispares.
De igual modo que la corona inglesa prosperaba imparable, la hacienda de Shakespeare era saneada y abundante. Por el contrario, a tenor de la decadencia imperial española, que vivía con Felipe III el inicio de su larga agonía, Cervantes no tenía siquiera casa propia. No le había sonreído la fortuna, pese a la fama de sus libros, y en los últimos siete años se había visto obligado a cambiar cuatro veces de domicilio en Madrid, siempre en el mismo barrio cercano a la calle del Príncipe. Por ello, el autor de El Quijote dejaba a su esposa, doña Catalina de Salazar, poco más que sus libros y escritos, y tan sólo mandaba que se rezasen dos misas por su alma.
Durante aquella primavera de 1616, ambos escritores se preparaban para morir con el mismo espíritu que Edgard, el personaje shakespereano de la obra El rey Lear, recomendaba a su padre, el ciego y atormentado conde de Glocester: “Los hombres han de tener paciencia para salir de este mundo, tanto como para entrar: todo es estar maduros”. Y ambos escritores, con cincuenta y tres años el inglés y sesenta y nueve el español, parecían haber alcanzado ya aquella letal madurez.
Sus vidas habían estado marcadas por los deseos y las esperanzas de su tiempo. Pero en ellos se había producido una singular inversión de papeles. Mientras Shakespeare había sido actor de teatro y dramaturgo de éxito, Cervantes había hecho pocas incursiones en el mundo teatral y Los baños de Argel o sus Entremeses no representaban ni mucho menos el eje de su actividad creadora y estaban muy lejos de la fama que alcanzaban la piezas de otros autores, como Lope de Vega.
Pero, en el gran teatro del mundo, el español sí que había sido actor de su tiempo, por ejemplo como soldado en la batalla de Lepanto, en 1571, cuando recibió su célebre herida. Desde entonces había representado todo tipo de papeles. Primero como prisionero, pues el 20 de septiembre de 1575, de regreso a España, la galera Sol en que viajaba fue abordada frente a la costa gerundense de Cadaqués por piratas berberiscos. El nombre de uno de los jefes piratas, igual al del pintor que siglos después inmortalizaría aquellos parajes e ilustraría la obra del escritor, casi parece una broma del destino: Dalí Mamí el Cojo.
En Argel, donde fue conducido, Cervantes interpretó primero el papel de esclavo y, tras cinco años en los que intentó repetidas veces darse a la fuga, sin que su amo llegara nunca a castigarle por ello de la forma brutal que era costumbre, el de liberto. Le tocó también ser proveedor de la Armada Invencible, dedicado a la ingrata tarea de requisar por tierras andaluzas trigo, cebada y aceite. Y tuvo que repetir, aunque fugazmente, el papel de prisionero cuando fue encarcelado en 1592, acusado de vender trigo sin permiso. Desde 1605 encarnaba el papel de escritor popular y admirado, tras la publicación de la primera parte de El Quijote.
Por el contrario, el actor teatral Shakespeare había sido ante todo un espectador de las tragedias de su época. Instalado en Londres desde 1592, había visto la hambruna que, pese al esplendor imperial de la reina Elizabeth, consumía al pueblo londinense. Los motines de aquellos años hicieron incluso que cerraran temporalmente los teatros pues, al reclutar la mayor parte de su público entre la plebe, las autoridades temían que las representaciones desembocasen en algaradas.
Protegido por el conde de Southampton, Shakespeare había prosperado como empresario teatral en uno de los primeros teatros estables de Londres, el Globus, así llamado porque en el rótulo de entrada se veía el dibujo de un Hércules que sostenía el globo terráqueo. Esa misma amistad le permitió ser testigo, desde la proximidad, de la luchas por el poder en Inglaterra.
En el año 1601, el conde de Essex organizó un motín en Londres contra la reina, pero fue descubierto y encarcelado. El protector de Shakespeare, aliado del conde de Essex, también fue a dar con sus huesos en la cárcel. Pero en esta ocasión Shakespeare fue en cierto modo actor del drama al prestarse a representar aquellos días en el Globus, por sugerencia del conde de Southampton, su pieza Ricardo III en la que contaba el destronamiento de un rey tiránico. Cuatro años más tarde, Shakespeare asistiría al fracaso del llamado complot de la pólvora, cuando el católico Guy Fawkes fue descubierto en los sótanos del Parlamento de Londres con varios barriles de ese explosivo. Su intención era volar el edificio aprovechando la presencia en él de los diputados y del rey, el recién coronado monarca protestante Jacobo I.
Algunos de los más destacados frutos literarios de dos vidas tan paradójicas fueron, como era inevitable, paradójicos a su vez. Cervantes, el actor de la vida, víctima tantas veces, había opuesto a la crueldad del mundo el humor irónico y la grandeza de la locura de Don Quijote. Shakespeare, el espectador de la vida, testigo de abusos que no había tenido que sufrir en carne propia, había escrito El rey Lear, una obra maestra, oscura y pesimista, en la que la traición, la codicia y la vileza humanas destrozaban las vidas de sus protagonistas.
En sus últimos años, las vidas de Shakespeare y Cervantes continuaron sus cursos paralelos, aunque sus vivencias discurrieran muchas veces en sentidos inversos. Así, mientras Shakespeare no dudaba en utilizar obras de otros autores como base para la elaboración de las suyas, superando por cierto con creces a las que le servían de modelo tal como sucedió con Cuento de invierno, escrita en 1611 a partir de la obra Pandosto, de Robert Greene; Cervantes se vio desagradablemente sorprendido en 1614 por el plagio de El Quijote realizado por Avellaneda, una obra que estaba muy lejos de alcanzar la altura literaria del original y en la que, además, su desconocido autor no sólo se le robaba el personaje sino que incluso le insultaba en el prefacio, tildándolo de “quejoso, murmurador, impaciente y colérico”. Su respuesta fue la publicación de la deslumbrante segunda parte de El Quijote, verdadero fundamento de la novela moderna.
Pero las semejanzas entre ambos autores han seguido manifestándose incluso después su muerte. Sus biógrafos y estudiosos atisban en los dos actitudes religiosas que no eran ortodoxas en sus respectivos países. En el caso de William Shakespeare se apunta su probable condición de papista, es decir, católico, lo que explicaría su apartamiento final de la vida londinense y la desaparición de toda su correspondencia; en el de Miguel de Cervantes, su posible descendencia de judíos conversos, reflejada en el comprensivo retrato que hace de éstos en su obra. Y sobre ambos se proyecta una misma sospecha de homosexualidad: por su condición de esclavo favorito en Argel, en el caso de Cervantes, y por sus íntimos vínculos con el conde de Southampton, en el de Shakespeare.
En todo caso, en el alba del 23 de abril del año de 1616 eran otras las sombras que se cernían sobre ellos. Cervantes había pedido cuatro días antes que se le diera la extremaunción y había escrito un último texto, dirigido a su otro protector, el conde de Lemos, en el que le decía: “ El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, no llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Y, tras hablarle de los libros que tenía pendientes, añadía: “Si por buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro, me diera el Cielo vida, los verá y, con ellos, el fin de La Galatea”. Pero todos aquellos libros quedaron en mero deseo pues con la llegada del día su vida fue consumiéndose, mansamente, hasta que al fin entregó su alma.
La muerte también le llegó a Shakespeare con el alba del 23 de abril, sentado delante de la chimenea de su casa, y estuvo a punto de llevarse asimismo a su amigo Drayton. Los dos cayeron repentinamente presas de un acceso febril tan violento que el yerno de Shakespeare, el doctor Hall, hubo de acudir urgentemente para atenderlos. Después se achacaría maliciosamente tal colapso a la cantidad de bebida y de comida que habían consumido aquella noche, pero nada se sabe con certeza. Lo único cierto es que el doctor Hall logró revivir a Drayton pero no a su suegro, que quedó tendido en el suelo con los ojos abiertos y murmurando palabras incomprensibles, como si hablara con algún ser invisible, hasta que, poco a poco, la muerte le acogió en su seno.
El mundo, entre tanto, seguía su trágico curso sin que el fallecimiento de ambos escritores, maestros del arte de la palabra en sus respectivas lenguas y sutiles críticos de su época, viniera a alterar un ápice la implacable lógica de intolerancia y codicia que lo regía. En Stratford-on-Avon, sus gobernantes puritanos decidían prohibir toda representación teatral e incluso el paso de las compañías de teatro por el pueblo. En Francia, el cardenal Richelieu, recién nombrado secretario de Estado para Asuntos Exteriores, había conspirado con los príncipes alemanes para evitar que la corona de Bohemia fuera a parar a manos españolas, cosa que acababa de lograr pues Felipe III renunciaba a ella. Una victoria diplomática en la escalada de tensión que conduciría, poco más de un año después, a la devastadora guerra que asolaría Europa durante treinta años. Y en los dominios italianos, el estudioso Galileo se debatía entre su afán de conocimiento y la seria advertencia que el Papa Paulo V le había hecho, dos meses atrás, para que renegase de las tesis copernicanas que afirmaban que la Tierra no era el centro del universo sino un planeta más que giraba en torno al sol.
Cervantes fue enterrado en el convento de las monjas Trinitarias de Madrid. Shakespeare en el coro de la iglesia de la Trinidad, en Stratford-on-Avon. Ambos, parejos en talento, habían recorrido vidas tan paralelas que fallecieron el mismo día, pero... ¿fue realmente así? Porque, como bien podría haber dicho alguno de sus personajes, todo es apariencia en la vida, incluso la muerte.
Ambos murieron en el mismo fatídico 23 de abril pero, en realidad, fueron dos días. Cervantes murió el sábado 23 de abril de 1616. Shakespeare, el martes 23 de abril de 1616. Inglaterra, ya entonces, se medía por reglas distintas que España y mientras aquí regía el calendario gregoriano allí lo hacía aún el juliano. De tal modo que el día 23 de abril de 1616 en Inglaterra se correspondía en realidad con el día 3 de mayo de 1616 español. En otras palabras, aunque la fecha fuera la misma, el dramaturgo inglés falleció diez días después que el novelista español. Cervantes y Shakespeare habían vivido sin conocerse, pero los caprichosos cómputos de los hombres, con una sabiduría inconsciente, les hermanaron en la muerte.