El Nobel de Literatura tiene en ocasiones la virtud de hacer descubrir autores que muy pocos conocían. Hay prestigios consolidados en reductos de conocimiento que apenas hallan eco en el barullo del mundo. Es el caso del poeta sueco Tomas Tranströmer. Muchos apenas sabíamos de él hasta que ayer su nombre se hizo mediáticamente universal. Para los conocedores de la literatura nórdica es la consagración de la ola literaria que nos llega del frío. Para los demás, la ocasión de descubrir una literatura sutil que ha hecho del elogio del silencio su principal atributo.
“Me encuentro con huellas de pezuña de corzo en la nieve./ Lenguaje, pero no palabras”, escribe el poeta, que proclama su fascinación ante el poema que “crece, ocupa mi lugar”. Silencio frente a palabras, como una nota blanca en medio de una canción. Un necesario paréntesis. Para apreciar mejor la melodía, para que las palabras recobren algún día su sentido.
Ni siquiera la muerte nos iguala. Los civiles muertos en las ciudades libias de Sirte y Tahuerga ni cuentan ni se cuentan. Ya se murieron en vida porque hay adjetivos que dibujan dianas sobre el cuerpo. Gadafista es uno de ellos. Y los bombarderos de la OTAN no se cansaron de protegerlos día y noche con su manto amoroso de metralla hasta concederles el sueño eterno. Mientras, el recuento de los muertos de Misrata, que perviven en grabaciones de cámaras y teléfonos móviles, no cesa porque hay adjetivos que dibujan sobre el cuerpo el botón Rec. Y rebelde es uno de ellos.
Dicen, sin embargo, que todos los muertos comparten una propiedad: al fallecer, sus cuerpos pesan 21 gramos menos. La pobre medida del alma. Ahora que en el Consejo de Seguridad de la ONU se exige proteger a los civiles sirios, quienes piensan ya en atribuir dianas y botones Rec. harían bien en correr a la pesa más cercana. Hay quienes pierden los 21 gramos en vida.
Escribir desde el otro lado de los márgenes. Sin manual de instrucciones. Sin tablero en la mesa. Sin poder ni órdenes. De eso se trata en este blog. Escribir fuera de juego y fuera del juego. Desde algún lugar del ciberespacio, que puede tener la luz de Lisboa o el bullicio de París, la indignación madrileña o la malicia habanera, las encrucijadas de Nueva York o el horizonte del viejo San Juan.
La idea es simple: dedicar cada día 777 golpes de teclado a capturar la vida que pasa. Como una fotografía que fije un instante, que detenga el vértigo del presente para darnos tiempo a pensar. Esa es la idea. A partir de hoy, en este espacio estrictamente delimitado, pretendo escribir sin límites sobre lo que acontece más allá de esta pantalla, por lejos que sea, y más acá de este corazón, donde hacen eco los golpes del mundo. Me adentro pues en el bosque de la realidad y aquí les dejo esta primera miga de pan, por si se deciden a acompañarme.