Decía Ortega y Gasset que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. El problema es cómo se mide la utilidad de un esfuerzo. ¿Fue útil el de Espartaco al levantar a los esclavos contra la poderosa Roma? ¿Y el de los obreros de Chicago, el 1 de mayo de 1886, al luchar por la jornada laboral de ocho horas? A Espartaco lo crucificaron y a los dirigentes obreros de Chicago los ejecutaron. Pero hoy la esclavitud está abolida y las ocho horas ya no son un sueño.
Pese al poder del absolutismo y de los prejuicios, en el siglo XVIII ya se pedía democracia y un sufragio universal que diera voto a la mujer. Hoy los indignados del mundo reclaman una auténtica democracia y el fin de la dictadura de los mercados, frente al aparentemente inamovible poder del dinero y las armas. ¿No será que lo mejor de la Humanidad sólo se alcanza, precisamente, con esos esfuerzos que quienes defienden el orden establecido presentan siempre como inútiles?
Cuando una bala se dispara en Libia, Afganistán, Gaza, Colombia o México, una máquina registradora hace ¡clinc! en alguna oficina de Nueva York, París, Madrid, Moscú o Londres. Sólo que el ruido de las bombas y los gritos no permiten escucharlo. Se habla de paz, pero se la proclama y traiciona en un mismo acto. La palabra paz suena en ciertas bocas como el impacto de un proyectil en un cuerpo humano: ¡zap!. Como si sus tres letras fueran el eco de un disparo.
Todo esfuerzo es poco para la paz, se dice, pero el camino de la paz lo controlan los guerreros. Luego ningún gasto es suficiente para preparar la guerra. Y se invoca el miedo a la guerra para usar las armas que habrán de destruir todo aquello que se reconstruirá después; para que continúe así la liturgia discreta de sagradas cuentas bancarias. ¡Clinc! La música de la codicia. El ritmo interno de una lógica: la que convierte la desdicha y la muerte de unos en el negocio de otros.
Por una vez, hay cita para asistir a un milagro. Esta tarde, a las 18h30, Ana María Matute presentará en el Instituto Cervantes su novela La Torre Vigía. Eso quiere decir que la literatura va a encarnarse en Lisboa. La literatura.
En los treinta años que hace que conozco a Ana María Matute, nunca le he oído hablar de cifras de ventas de sus libros, de estrategias de promoción ni de cómo es tratada por la crítica. Cuando supe que había estado nominada al Nobel, tuve que preguntarle si era verdad. Me dijo “sí, tres veces”, y empezó a hablarme de la soledad terrible del rey Gudú, de ese universo de belleza y barbarie en el que transcurren sus novelas. A veces en el presente, otras en un pasado sin fecha que es todos los pasados de la Humanidad, como el de esa torre vigía que presentará esta tarde. Me habló de los sueños, las pasiones y las criaturas alumbradas por su fantasía creadora. Me habló de la vida. Me habló de literatura, de verdad.