Las cifras tienen una elocuencia apabullante. Hace más de 60 años que se habla del conflicto judeo-palestino. ¿Qué nos dicen los números? Que en 1948, tras la guerra con motivo de la creación del estado de Israel, más de 700.000 palestinos tuvieron que exiliarse. A continuación, llegaron a Israel más de un millón de emigrantes judíos. El territorio de Israel siguió aumentando y hoy más de 7 millones de isrealíes vivien en 22.141 km², mientras que casi 4 millones de palestinos se hacinan en 6.228 km².
Si se suman los millones de exiliados palestinos, la población de ambas comunidades es casi la misma. Pero el valor de la vida no parece ser igual. Durante la Operación Plomo Fundido del ejército isrealí en Gaza, en 2008, murieron 4 israelíes y 1.166 palestinos, según fuentes de Israel. Ayer se intercambió por fin a un soldado israelí por 1.027 presos palestinos. No es tan raro, viendo cómo se cotiza allí la vida de unos y otros.
¿Cómo pueden salir los demonios del Infierno? Esa es la pregunta cuando se quiere poner fin a un movimiento terrorista. Porque el camino que va de considerarse un héroe de la causa a ser visto como simple asesino no es fácil. De guerrero a criminal, un desbarrancadero del amor propio. Y sin embargo, hay infiernos que sólo se clausuran del todo por falta de mano de obra, de modo que hallar una salida para esos demonios es también interés de las víctimas.
La conferencia de paz del País Vasco no responde a una necesidad de la sociedad española. En realidad, quien más la necesita es la propia ETA: la petición internacional de fin de la violencia puede servirle de excusa para abandonar las armas y esa sería su única utilidad. El resto es pose. Los etarras saben, por más que aparenten, que saldrán de su infierno no rumbo al cielo de la negociación política sino al largo penar del purgatorio. El último tema de conversación que les queda.
El problema con algunos de los presidentes y expresidentes de gobierno es que son como esos parientes que nos avergüenzan. Como ese tío autoritario cuyas opiniones oscilan entre la chulería y la infamia. Como esa prima tonta de remate de cuya boca nunca salió una palabra interesante. No nos gustan y si los encontráramos por primera vez en la calle jamás serían amigos nuestros, pero los soportamos porque son de la familia.
También estos líderes políticos son nuestros aunque uno no les haya votado. Hablan en nombre de todos. Y son capaces de mentir sobre la autoría de un atentado, mofarse de quienes les critican o apoyar la creación de escudos de misiles. Y se nos sientan a la mesa en el telediario. Y sonríen satisfechos de sus atrevimientos. Decía John Huston en Chinatown: “los políticos, las putas y los edificios feos, si duran lo suficiente terminan por volverse respetables”. Será así, pero dan tanta vergüenza ajena...