Uno olvida la magia de los prodigios cuando estos se vuelven cotidianos. Llamar desde un aparato que se lleva en el bolsillo a un amigo que vive a 12.000 kilómetros de distancias resulta hoy banal, cuando no deja de ser asombroso. De la misma manera, acudir a votar para expresar la opinión propia y elegir al futuro gobierno del país es un acto al que algunos incluso renuncian por aburrido o inútil, cuando ha costado millares de vida tener el derecho a ejercerlo.
Quienes han vivido bajo la dictadura recuerdan bien la lucha para lograr poder hacer oír la voz de todos. Las persecuciones sufridas por ello; lo lejano, casi imposible, que parecía llegar un día a poder disfrutar de la libertad de elegir, aunque fuera equivocadamente, a nuestros gobernantes. La democracia puede saber a poco cuando se vive cada día, pero sin ella la vida es aún más amarga. Y el voto es el músculo que la sostiene. Si no se ejercita, se atrofia. Que conste.
Faltan 24 horas para que comiencen las elecciones generales en España y los mercados financieros están lanzados al ataque contra la economía española. En política, las casualidades no existen, de modo que hay que preguntarse el porqué de este inoportuno ataque y a quién, oportunamente, beneficia.
Esta amenaza de rescate sólo puede responder al propósito de los mercaderes, que mueven el mercado de capitales, o sea, los capitalistas (llamemos de una vez a las cosas por su nombre), de imponer la llegada al gobierno de un cómplice que no tenga mala conciencia. El PSOE, tras el correctivo de las elecciones de mayo, pretende distanciarse de sus exigencias, así que su apuesta por el PP parece clara. Mañana hablan los ciudadanos y si no aprovechan su voto para dar al PP una e-lección (con e de lección ejemplar), privándole de mayoría absoluta, van a sacrificar democráticamente a la propia democracia en el ara de los mercados.
Desde que el Tribunal Supremo anuló las condenas contra cuatro guardias civiles por las presuntas torturas a los dos etarras que colocaron la bomba del aeropuerto de Barajas en 2008 (la que puso fin a la tregua y mató a dos emigrantes que esperaban a sus familiares), el mundo pro ETA anda escandalizado.
Una prueba más de la doble moral de quienes han defendido tantos años el tiro en la nunca como argumento. Los jueces creen que los terroristas mienten. Con toda lógica. El propio exlider de la banda, Txeroki, recomendaba a sus militantes en un documento interno hacer falsas denuncias de torturas si les detenían. Y en la escala de valores, mentir está muy por debajo de matar. Quien se cree autorizado a asesinar a alguien o a volar un edificio público, ¿puede tener credibilidad? La paradoja es que, con su uso de falsas denuncias y su impiedad, los propios etarras facilitan que si llegan a ser de verdad torturados, nadie les crea.