La muerte del líder histórico de la revolución cubana, Fidel Castro, evidencia una vez más la distancia que hay entre la realidad y los sueños. Pocos esfuerzos liberadores han sido más justificados y han despertado mayor entusiasmo que el iniciado en 1959. Su intento de dotar a Cuba de justicia y de voz propia independiente en el mundo forma ya parte del acervo de progreso de la Humanidad.
De igual modo, la deriva autoritaria del régimen revolucionario bajo la Guerra Fría y los errores voluntaristas de sus dirigentes, que tanto desgaste han producido en la población de la isla, advierten de cara al futuro sobre los peligros de un socialismo sin pluralismo. Cuba es una nación soberana con innegables avances sociales. También es un país lastrado por la falta de crítica interna plural indispensable para evitar o corregir abusos. Conciliar justicia social y pluralismo democrático es el reto de la Cuba que deja a su muerte.
Las manifestaciones contra la elección de Trump en diversas ciudades de EE.UU reflejan más que una simple frustración. Ahora vencedor y derrotada hablan de unidad, pero estas elecciones han mostrado al mundo una democracia herida en el corazón: Clinton ha obtenido 500.000 votos más que su rival y no va a ser la presidente del país. El perdedor es quien va a serlo. Y eso es posible porque la voluntad popular, base de la democracia, es deformada por un sistema electoral aberrante aceptado por el stablishment de ambos partidos pero que traiciona el mandato de los ciudadanos.
Hay incluso una iniciativa de improbable éxito para exigir a los representantes republicanos en el Colegio Electoral que respeten la voluntad mayoritaria y elijan presidente a la candidata que fue más votada. Lo que sí parece claro es que un gobierno nacido de semejante manipulación no va a tener legitimidad para dar lecciones de democracia a nadie.
*Link a la iniciativa para pedir que el Colegio Electoral elija al candidato que más votos tuvo: https://www.change.org/p/electoral-college-electors-electoral-college-make-hillary-clinton-president-on-december-19?recruiter=1216582&utm_source=share_petition&utm_medium=facebook&utm_campaign=autopublish&utm_term=mob-xs-share_petition-no_msg
La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU. confirma la nefasta influencia de la estupidez en los asuntos humanos. No se puede calificar de estúpido a Trump: él actúa movido por sus intereses y lo hace sin escrúpulos. El peso de la estupidez recae sobre quienes lo han votado y sobre quienes se han negado a votar a Hillary Clinton so pretexto de que era igual o peor que él. Porque el estúpido es quien causa un mal a otros e incluso a sí mismo sin obtener ningún beneficio.
Entre todos han dado las riendas del mundo a un personaje de opereta. El antidemocrático sistema electoral de EE.UU transforma una diferencia en votos del 0,2% en una diferencia de más del 10% en número de representantes. Pero es la estupidez de los descontentos con las élites que han votado al payaso y la de Susan Sarandon y quienes como ella negaron su voto a Hillary la que ha hecho posible esta catástrofe. Tiempo habrá para lamentarlo.