Día de libros y de buenas palabras sobre los libros mientras la realidad cuenta otras historias: que se lee más pero casi todos lo mismo, que las librerías agonizan y los autores pierden lo poco que ganan, que los mercados también imponen su dictadura en la literatura… Por eso vale la pena recuperar un libro de otra época que le va como un guante a esta: “¿Acaso no matan a los caballos?”, del norteamericano Horace McCoy.
Muchos recordarán a Jane Fonda en su versión cinematográfica (“Danzad, danzad, malditos”, en España; “Baile de ilusiones”, en América Latina) durante la maratón de baile, en plena Gran Depresión, en que los concursantes se mueven al ritmo despiadado del capitalismo, arrastrándose desesperados hasta el agotamiento por un puñado de dólares para sobrevivir. Hoy, malditos de nuevo por el mismo sistema económico, en los libros podemos hallar todavía algo más que consuelo: la necesaria claridad de ideas.
El esperpento del juicio contra el juez Elpidio Silva es el nuevo episodio protagonizado por las altas instancias de la judicatura española, cuya especialidad parece no consistir tanto en perseguir a los corruptos, que han convertido a la sociedad española en un queso gruyere de agujeros negros financieros, como en juzgar a los jueces que se atreven a investigar de verdad la corrupción.
Primero fue el juez Garzón, cuyo juicio exprés por atreverse a hurgar en las corruptas arcas del PP se saldó con su expulsión de la carrera gracias a un tipo de delito personalizado (inventado para condenarlo a él). Ahora el juez Silva puede correr igual suerte por atreverse a investigar los turbios manejos del banquero Blesa y del empresario Díaz Ferrán. Shakespeare, que supo describir la corrupción del poder, decía en Hamlet que algo olía a podrido en Dinamarca. En España, salvo honrosas excepciones, lo que ya apesta es la Justicia.
*Links a informaciones sobre el proceso al juez Silva:
http://politica.elpais.com/politica/2014/04/21/actualidad/1398065899_319936.html
http://www.eldiario.es/economia/Silva-sentarse-semana-banquillo-Blesa_0_251625021.html
Hay libros buenos, libros extraordinarios y libros que más que leerlos, te ocurren. Igual que a uno le ocurre el enamorarse por primera vez. “Cien años de soledad” es un libro que me ocurrió cuando aún no había cumplido los dieciocho. Y, como sé que les ha sucedido a muchos otros, me cambió la vida.
De los libros que te ocurren, uno sale distinto. No se vuelve a ser el mismo tras leer el desolador final de la estirpe de los Buendía. Tampoco la lengua española volvió a ser la misma tras aquella prosa deslumbrante. Mi visión de la literatura se ensanchó por tierras de ficción cuya existencia ni siquiera intuía. Leer se volvió definitivamente, para mí como para tantos otros, más que un placer un pacto de vida, un arma secreta con que enfrentar el mundo. Aquella lectura me ha acompañado siempre. Y hoy que ha muerto su autor, a los 87 años, hay que decir que la suya no ha sido una vida de soledad, sino un maravilloso viaje de complicidades.