Tras varias semanas de confusión en las negociaciones para formar gobierno en España empieza a verse la jugada en la que está embarcado el líder del PSOE. Su acuerdo con Ciudadanos, aunque insuficiente en sí para gobernar, sirve para bloquear a la izquierda y ganarse a la derecha.
Por un lado neutraliza a Podemos e IU, forzándolos a aceptar el protagonismo de la derecha en el diseño de las políticas del nuevo gobierno so riesgo si se niegan de ser presentados como destructores del “cambio” (aunque un cambio con la derecha como principal aliado sea un ejemplo perfecto de viaje a ninguna parte). A cambio de esa neutralización, el PP podría permitir con su abstención un gobierno pretendidamente centrista, reservándose el papel de espada de Damocles. La estrategia del PSOE lleva enmascaradamente a la gran coalición que el establishment desea y la opinión pública rechaza. Otro paso en el divorcio entre poder y ciudadanía.
Las negociaciones del líder del PSOE, Pedro Sánchez, para intentar formar gobierno son un buen ejemplo de que, en política, el orden de los factores altera el producto, y mucho. Partir de un acuerdo con Podemos permitiría buscar atraer a la derecha centrista hacia posiciones de progreso (algo que entraría en la lógica de una hegemonía política no sectaria, pero que sólo sería posible desde un pacto de izquierdas para vencer las lógicas reticencias de Podemos).
Pero elegir formar gobierno a partir de un acuerdo con Ciudadanos, esperando lograr el apoyo final de Podemos o su abstención, es mantener el modelo seguido por el PSOE hasta hoy de confiar en los representantes del orden establecido para una gobernabilidad que termina en mal gobierno. Es confundir otra vez estabilidad con establishment. Priorizar a Ciudadanos es apostar por los poderes fácticos, cuando son justo esos poderes los que urge remover en España.
Esperanza Aguirre ha dimitido como presidenta del PP de Madrid en medio de una oleada de registros y detenciones de militantes del PP por corrupción. Visto el oscuro futuro de Mariano Rajoy, la retirada de la dirigente neoconservadora española, hábil en las más sucias mañas para conservar el poder, podría ser interpretada también como una jugada estratégica para intentar hacerse con la dirección del Partido Popular. No sería de extrañar, ya dice el refrán que mala hierba nunca muere.
Pero una cosa son la ambición desmedida y las malas artes de esta representante de lo peor que ha dado la clase política española y otra cosa es la tenacidad de los hechos. Y éstos prueban que quien acaba de dimitir ha sido líder de los corruptos del PP de Madrid, alguien dotado con el raro don de rodearse de sinvergüenzas diciendo que no sabía que lo eran. Con ese currículum la única dirección que debía esperar tomar es la que lleva al juzgado.