por José Manuel Fajardo
El próximo 7 de mayo se cumplirán sesenta y nueve años de la rendición de las últimas tropas nazis en la Segunda Guerra Mundial. Hace tres días, el 21 de marzo de 2014, los veintiocho miembros de la Unión Europea firmaban solemnemente el tratado de asociación política con el gobierno de Ucrania surgido del golpe de Estado que derrocó al presidente electo del país, Víctor Yanukóvich, el pasado 22 de febrero. Son dos hechos separados en el tiempo, pero entre los que existen inquietantes y paradójicos vasos comunicantes.
Los grandes medios de comunicación europeos han dado cuenta de la asociación, pero la mayoría de ellos ha preferido silenciar la composición del actual gobierno de Ucrania con el que ese tratado se firma. Un gobierno que cuenta con numerosos ministros del partido de extrema derecha Svoboda (entre otros el Secretario del Consejo de Seguridad nacional y Defensa, Andrey Parubi, el Fiscal General del Estado, Oleh Makhnitsky, y el Viceprimer ministro, Aleksandr Sych), y que tiene como presidenta de la Comisión Anti-Corrupción a Tatiana Chornobil, que fue jefa de prensa de la Asamblea Nacional Ucraniana-Autodefensas Ucranianas, movimiento heredero de los colaboracionista nazis durante la guerra mundial. Además, Dmitri Yarosh, líder de los neonazis del llamado Sector Derecha (Pravy Sektor), protagonista de las violentas protestas en Kiev, ocupa la Secretaría Adjunta del Consejo de Seguridad Nacional.
El partido Svoboda se considera sucesor del que fundara en los años 30 Stepan Bandera, quien se integró junto con sus seguidores en la división de las SS alemanas llamada Halychyna, para luchar contra los rusos en la Segunda guerra mundial, y fue responsable de la deportación de 4.000 judíos a campos de concentración nazis, según denunció el Centro Simon Wiesenthal. El homenaje a los miembros de aquellas divisiones de las SS nazis, organizado por el partido Svoboda el 21 de julio de 2013, levantó las protestas incluso del Tribunal Europeo de Justicia. Svoboda obtuvo el 10% de los votos en las últimas elecciones ucranias, ahora gracias al golpe tiene siete de los dieciséis ministerios del gobierno de Kiev reconocido por EE.UU. y la UE.
¿Cómo puede la Unión Europea asociarse con quienes no ocultan su admiración por aquel Eje nazi-fascista que hundió a Europa en el horror? Parece que los líderes europeos han antepuesto sus intereses estratégicos, para expandirse económicamente hacia el Este de Europa y sumar a la OTAN a otra ex república soviética, al respeto democrático de los resultados de las últimas elecciones en Ucrania (que dieron la victoria a Yanukóvich con el 52% de los votos) y a los recelos ante un gobierno golpista cuyo jefe no es miembro de la extrema derecha, pero está rodeado de ésta en puestos claves de poder. Sin embargo, este apoyo a los extremistas no es sólo por cálculo geoestratégico, también responde a la lógica de un fenómeno político que alcanza ya dimensiones continentales: el regreso del fascismo a la vida política europea a través de la puerta abierta por la crisis económica.
Desde que la UE empezó a aplicar la política de austeridad económica para aplacar a los mercados, defendida por la presidenta de Alemania, Angela Merkel, ha habido graves recortes en derechos y ayudas sociales (especialmente dramáticos en Grecia, Italia, España o Portugal) y un crecimiento del paro que se sitúa hoy en una media europea del 10,8%, pero que alcanza el 28% en Grecia, el 25% en España, el 18% en Croacia y el 15% en Portugal. El miedo al futuro se ha instalado no sólo en los países más golpeados por la crisis sino en el continente entero. Y como tantas veces, ese miedo difuso se traduce en miedo al extranjero.
La llegada de inmigrantes ilegales que arriesgan la vida cruzando el Mediterráneo es noticia diaria y los discursos xenófobos de la extrema derecha contra los inmigrantes encuentran cada vez más oídos dispuestos a escucharlos. Los resultados electorales de los últimos cuatro años apuntan inequívocamente a un fortalecimiento de la extrema derecha en toda Europa. El neofascismo y los partidos xenófobos, con diversos grados de virulencia, ganan terreno. Los porcentajes de votos son elocuentes: 29% en Suiza (Partido Popular Suizo), 23% en Noruega (Partido del Progreso), 18% en Francia (Frente Nacional), 15,5% en Holanda (Partido de la Libertad), 9% en Bulgaria (Ataka), 8% en Italia (Liga Norte), 7% en Grecia (Aurora Dorada).
Este auge de la extrema derecha amenaza con quitar votos a los partidos conservadores democráticos y la reacción de estos ha sido escorar sus programas y su discurso cada vez más a la derecha, a fin de evitar una pérdida de votos que daría la victoria a la izquierda. El resultado de ese cálculo oportunista es que hoy se escuchan con relativa naturalidad en los medios de comunicación opiniones como las del candidato del Frente Nacional francés, Paul-Marie Coûteaux, a propósito de los gitanos, cuando hace unos días sugirió la conveniencia de “concentrar a estas poblaciones extranjeras en campos”.
En algunos países en los que el partido de la derecha democrática, como el PP en España, integra en su seno a buena parte de la extrema derecha, los grupos políticos ultraderechistas tienen poco peso electoral, pero las concesiones para mantener la fidelidad de voto del sector extremista hacen que la marginación y represión de los inmigrantes por parte del gobierno se agudice, como se ha visto recientemente en la frontera de España con Marruecos. En otros países, como Alemania, los neonazis apenas llegan al 1,5%, pero cuentan con la tolerancia de los servicios de seguridad del Estado, como salió a la luz en el juicio celebrado en Múnich el año pasado contra los miembros del grupo Clandestinidad Nacionalsocialista, autores de una decena de asesinatos de inmigrantes entre 2000 y 2007. Y en aquellos países en que la extrema derecha cuenta con representación parlamentaria el racismo crece sin rubor, como evidenció la campaña de insultos desatada en Italia el año pasado contra la ministra Cecile Kyenge, por ser negra, una campaña que llegó al extremo de que el propio vicepresidente del Senado italiano y miembro de la ultraderechista Liga Norte, Roberto Calderoli, afirmara que al verla no podía evitar “pensar en las semejanzas con un orangután”.
Empieza a estar claro que las concesiones de la derecha democrática a la retórica de la extrema derecha no están impidiendo que los hijos del fascismo derrotado hace casi siete décadas ganen peso y poder. La extrema derecha ha conseguido imponer su agenda política, hasta el punto de que se considere aceptable pactar con ella para lograr objetivos. El caso de Ucrania es el último ejemplo. Porque el partido Svoboda mantiene fuertes vínculos con partidos como el Frente Nacional francés, la Aurora Dorada griega o el NPD alemán.
La UE está jugando con fuego con sus políticas de austeridad económica y de ampliación hacia el Este de Europa a cualquier precio. Y la Historia nos dice que cada vez que Europa ha jugado a redibujar sus fronteras y derechos, nacionales y sociales, el resultado es una catástrofe.
*Esta crónica ha sido publicada también en el diario El Informador, de México: http://www.informador.com.mx/suplementos/2014/519327/6/la-crisis-abre-la-puerta-en-europa-al-fascismo.htm