Lo ha dicho el gran poeta Juan Gelman, al referirse a otro gran poeta, el reciente premio Cervantes, Nicanor Parra: “Borges vivía para escribir y Nicanor escribe para vivir”. Dos maneras igualmente legítimas de abordar la escritura, aunque en el fondo son la misma pues quien vive para escribir, sin escribir no tiene vida.
En la literatura late un ansia de vida que la convierte en el espacio mágico donde la existencia se libera de toda frontera y la soledad radical del individuo se disuelve en esas tantas otras vidas de papel que también pasan a formar parte de la propia. Se escribe y se lee (dos actos inseparables) por amor a la vida, incluso cuando se la maldice con la pasión del desamor. Se escribe por ese necesario “amor para vivir”, que cantaba Pablo Milanés. Amor a un ser querido, amor también al conocimiento, a la belleza, a la duda, guía de las verdades concretas, esas que no se escriben con mayúscula y no hacen tanto daño.