¿Cuántos milenios más necesitan los defensores del lucro personal, visto como motor positivo de la Historia, para reconocer que la codicia es la partera de la mayor parte de los males del mundo? Por codicia, que puede ser de dinero o de poder (o de los dos) y que se disimula tras máscaras de patriotismo, solidaridad, progreso o misticismo, se mata, explota, destruye y persigue, pero sus consecuencias se minimizan o se niegan. Mientras, todo lo que se opone a ella es tildado de peligroso y aberrante.
Hoy la región andina de Cajamarca explota en protestas contra el proyecto de arrasar montes y ecosistemas para sacar el oro que sus entrañas atesoran. La codicia desmiente el discurso ideológico del flamante nuevo presidente peruano Ollanta Humala, quien prometió defender el agua de la región y, en su lugar, envía a los soldados para proteger las minas. Es la terrible maldición de la riqueza en el Tercer Mundo. Desde siempre.