Uno acaba la lectura de “Las niñas perdidas” casi sin aliento, como si hubiera recibido un golpe en el estómago. Quizá por eso, su autora, Cristina Fallarás, ha colocado un epílogo después de la palabra FIN con que termina el relato (ese FIN que recuerda a las antiguas películas y que en esta novela no es tanto el punto final de la trama como el telón que cae y aparta de nuestra vista a los personajes). Un epílogo que deja un regusto amargo, pero lo hace desde una racional ironía, no desde las vísceras. Y uno lo agradece.
“Las niñas perdidas” es una novela incómoda. Una gran, dura, brillantísima, apasionante e incómoda novela negra. Tan deslumbrante como inquietante. Su incomodidad no proviene del gore tan a la moda en el género, aunque la crueldad física más bestial es el tema mismo del libro: el secuestro y brutal asesinato de dos niñas.
El acierto y el riesgo que asume Fallarás en el libro es precisamente el de llevar el espanto al lector no a través de su descripción detallada y morbosa (y de nuevo, cansado del espectáculo de truculencias presente por todas partes, uno lo agradece), sino haciéndole compartir la sensación de horror que sienten los personajes enfrentados a esa violencia. No vemos los cuerpos torturados, lo que vemos es el espanto ante esos cuerpos de Victoria, la detective que investiga el caso, de su ayudante, incluso del sicario que ha de vengar el crimen.
Lo que incomoda en “Las niñas perdidas” es sentir como lector que ese horror no está ahí fuera para que puedas apartar los ojos de él, sino que te está tocando, que de alguna manera el arte narrativo de la autora ha sabido transferirlo de las páginas del libro a tus propias entrañas.
En esta sociedad que apuesta por el conformismo y la comodidad (desde los insípidos tomates sin pepitas hasta las elecciones generales), la escritura de Fallarás es un acto de rebeldía y exige del lector una ruptura radical con los prejuicios y acomodos. Obliga a pensar. Es una novela escrita con rabia que da cuenta de la rabia que corroe a su protagonista, la detective Victoria González. Un personaje memorable, digno de entrar en la galería de los detectives legendarios.
Pero Fallarás tampoco se lo pone fácil al lector con su protagonista. Victoria resulta a veces brutal, sus descargas de ira contra animales harán removerse a más de uno en su silla mientras lee, y a veces trasluce una desesperada y dolorida ternura, cuando se dirige a la criatura que lleva en el vientre. Porque es una detective embarazada. Otra imagen desconcertante. Otro hallazgo poético salvaje de la autora, que es capaz de hacer brillar la inocencia y la belleza en medio de la degradación y la muerte.
La Barcelona que describe Fallarás no es la que buscan los turistas ni la que aparece en películas como “Vicky Cristina Barcelona”, de Woody Allen. Es una Barcelona sucia, brutal y despiadada. Y la Vicky de Fallarás (el apelativo familiar de la detective) está en guerra contra esa sociedad que detesta y contra un pasado que la consume. Ella misma lo dice: “Esta es mi rabia, este es mi mundo, estas son mis maneras”.
Impulsada por esa rabia y con maneras afiladas como un cuchillo, se adentra sin dar respiro en el enredo de una trama sólidamente construida, rebuscando en los costurones del cuerpo social de España, tan mal cosidos desde el tránsito a la democracia que siguen supurando sangre y desesperación. Una novela que une todas las virtudes de la novela negra −la definición de caracteres, el vértigo narrativo, el retrato social, la mirada ácida sobre los conflictos morales− con un lenguaje expresivo y fustigador, moldeado por una pasión literaria deslumbrante. Pura literatura, sin concesiones.
El libro: Las niñas perdidas. Cristina Fallarás. Roca Editorial. Barcelona. 2011. 194 páginas.
La autora: Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968). Narradora y periodista. Autora del libro testimonial Rupturas: una doble visión (2003) y de las novelas No acaba la noche (2006), Así murió el poeta Guadalupe (finalista Premio Dashiell Hammett de Novela Negra 2010) y Últimos días en el Puesto del Este (Premio Ciudad de Barbastro 2011). Con Las niñas perdidas obtuvo el Premio de Novela Negra L’H Confidencial 2011 y el Premio Dashiell Hammett 2012. Su último libro, A la puta calle, narra una historia real, la del desahucio de la propia autora, y através de ella la crónica del impacto de la crisis económica en miles de familias españolas. Dirige la web www.sigueleyendo.com