Berlusconi ha dimitido. Punto final a una historia vergonzosa. Años de degradación de la democracia, de vulgaridad y estupidez, de manipulación y corrupción. Es inevitable sentirse satisfecho y, sin embargo, ¿por qué esta sensación ingrata de que en el fondo nada ha cambiado?
Guste o no, Berlusconi fue elegido en votación por el pueblo italiano (prueba de que los pueblos también se equivocan). Un producto aberrante de la democracia, si se quiere, pero producto democrático al fin. Ahora no es el pueblo italiano quien lo saca del poder sino los mercados. Bien está que se vaya, Italia sería mejor si lo hubiera hecho mucho antes, pero el problema es que el juego del poder empieza a dirimirse fuera del ámbito que le corresponde: el de las elecciones. Igual que acaba de pasar en Grecia. Los mercados pervierten el sistema e Italia se libra de Berlusconi aprobando unas medidas económicas injustas que dejan un sabor agridulce.