Qué cabronas, las palabras. Tan necesarias, tan omnipresentes. Tan pretenciosas, arrogándose la capacidad de nombrar el mundo. Uno vive con ellas, de ellas y para ellas. A veces, nos deslumbran al tornar visible lo que no veíamos. Focos de luz que hacen la existencia más grande, que empujan las sombras un poco más allá, haciendo retroceder al miedo, y nos consuelan.
Pero otras veces nos enredan, nos conducen hasta el borde del abismo y allí nos susurran: sólo un pasito más. Palabras embaucadoras en los debates televisivos de candidatos tahúres, esos que juegan siempre con las cartas marcadas. Palabras hipócritas que se disfrazan de verdades para mentir más y mejor y proclaman la existencia de armas de destrucción que no existen o la necesidad de atacar naciones por una sospecha. Claro que la sospecha es certeza en quien se ha convencido de ser medida de todas las cosas. Qué cabronas, las palabras. ¿O seremos nosotros?