El Gobierno de Estados Unidos sufre un extraño síndrome cuando acude a las reuniones de la ONU. A veces, no sólo escucha las resoluciones aprobadas por la asamblea de ese organismo sino que castiga a sangre y fuego a aquellas naciones que no las cumplen. En otras, una repentina sordera le hace no darse por enterado de lo que esa asamblea aprueba e ignorar olímpicamente sus resoluciones.
La ONU acaba de aprobar por 186 votos a favor, 3 abstenciones y 2 en contra, de EE.UU e Israel (lo de esta pareja es ya una relación escandalosa), una nueva condena casi unánime contra el embargo de EE.UU a Cuba. La voluntad de la comunidad internacional, invocada por las autoridades estadounidenses cuando les conviene para justificar invasiones y bombardeos a otros países, se convierte en nada cuando contradice aquello que ellas preconizan, como sucede con Cuba e Israel. Se ve que la ONU sólo es sagrada cuando a EE.UU le interesa que lo sea.