Italia es un país fascinante por muchas razones. El paisaje, la Historia y la cultura parecen haberse aliado allí para ejercer su hechizo sobre el observador: Roma o Nápoles provocan el vértigo de ciudades que se hunden en el subsuelo como si quisieran tocar el corazón ardiente de la Tierra. Y no resultaba menos fascinante la paradoja, entre esas ruinas que hablan de esplendores perdidos y de destrucciones, de una vida política y cultural que, en las pasadas décadas de los 50, 60 y 70, era una referencia mundial de inteligencia creativa.
Hoy, esa fascinación se ha roto. Basta abrir las páginas del diario o asomarse a la pantalla del televisor, para comprobar hasta qué punto la tragicomedia berlusconiana a dado al traste con el prestigio italiano. Rodeado de mujeres-trofeo, maquillado como para salir a escena, su reino de la apariencia se desmorona y revela una Italia libre de paradojas: ahora las ruinas lo ocupan todo.