Que la Iglesia Católica se entrometa en la vida política española no es una novedad. Lo lleva haciendo desde la creación de la Inquisición española, con una concepción totalitaria que ha mandado a la hoguera, a la cárcel o al exilio a millones de españoles a lo largo de cinco siglos. Sólo durante la transición a la democracia adoptó una actitud tolerante que hoy parece haber olvidado.
Poniendo en práctica aquello de “¿cuál es el color del caballo blanco de Santiago?” pide ahora el voto para el PP por el hipócrita sistema de desaconsejar votar al resto. Algo que no sería inquietante si no se fundara en la idea de preconizar la imposición desde el Gobierno de su ideario en cuestiones sociales y morales no sólo a los católicos sino a toda la sociedad. Pero el progreso en España ha pasado históricamente por limitar la posición privilegiada de la Iglesia. Sin querer, ha dejado claro cuál es la única opción a la que no conviene votar.