El escritor español Félix Romeo ha muerto joven. Otra traición de la traidora Naturaleza. Un drama personal. Pero la muerte del escritor también es nuestra. Es una puerta cerrada tras la cual se pierden mundos que ya nunca conoceremos. Gracias a la literatura el universo se expande con más potencia que la generada en su Big Bang fundacional, porque deja de ser uno para volverse tantos. Universos paralelos donde cada uno puede ser al fin todos los “yo” que le habitan. Incluso aquéllos que ignoraba llevar dentro.
Cuando muere un escritor, perdemos una parte de lo mejor de nosotros mismos: esta inexplicable capacidad de ser más de lo que somos, de ir más allá de la primera frontera, la de la propia piel. Hay un panteón invisible escondido en la virtualidad de nuestro imaginario colectivo. Allí honramos a los dadores de sueños, mientras acá los mercaderes han invadido el templo de la literatura. Pronto será un culto secreto.